Ambigüedad.

Ya me sumí en esta cortina temblorosa por el viento, en esta suma de sombras encontradas, en el resumen de tus ausencias, en el sinnúmero de besos que nos falto darnos. Estoy perdido, lo sé, el camino ya no me conduce a nada, ya no soy la fortaleza que soy, ni la debilidad que debí haber sido, ya no soy nada, simplemente soy un cuerpo sin palabras, sin vibratos ni cerillos, un cuerpo sobrio, embriagado por lo que no tiene, y mareado por lo que no es, un cuerpo que camina pero no se mueve.

Si supieras cuantas cartas tengo debajo del colchón, a la espera de una fortaleza anciana, que tarda mucho en cruzar la calle, ya ni sé si valdrá la espera. Si supieras Julieta que aunque muchas colillas estén en mi bote de basura, ya no fumo, sólo lo sostengo en mis dedos, a la espera de que el fuego suba poco a poco, hasta rozar mi piel levemente, quisiera sentir por más tiempo lo que hacían tus labios sobre mi piel. 

Ya no tengo prisa de vivir pero tampoco de morir, supongo que una vida bien vivida es mejor que reírse un segundo y llorar los otros miles que le quedan al día. Ya no quiero llegar al pico más alto, ni coleccionar el mayor número de estampillas, ya no quiero viajar por todo el mundo, ni lanzarme desde el edificio más cercano al cielo, ya no quiero mucho, la vida es esa soga delgada que se enreda en el cuello con cada latir, esa banca al borde del abismo, la que nadie tiene y todos empujan. Ya me acostumbre a agarrarme del tobillo de mi verdugo, quien antes era mi salvador. Deberíamos acabar con esto que de seguro empezaríamos mañana, con un amor que no se siente, pero que si corta la respiración.


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