Me voy.



Y volví a caer, volví a enamorarme sin conocerla, volví a enredarme entre ese café claro de sus ojos, volví a perderme entre esa telaraña de huesos encondidos bajo la piel de sus manos. Caí de nuevo en la transparencia de su boca, en la finitud de sus palabras y en la complejidad de sus labios, estoy perdido, me enamoré de alguien que no me roba el corazón, sino que se niega a recibirlo.

Sus debilidades se atraparon en la profundidad de mi pupila, entre mis pensamientos y mis sueños. Está destinada a destrozarme, a dejarme esperando al borde de la cama mientras su ausencia me susurra al oído una que otra mentira amorosa. No estoy hecho para el amor, mis cartas perfumadas, mis canciones dedicadas, mis chocolates en San Valentín, solo sirven para alargar una muerte anunciada. 

Quizá una o dos tasas de café diluyan un amor que no me pertenece, que se va como la espuma dulce en mis labios. No te quedes por favor, y si lo haces, obligame a irme, a abandonarte. Me iré lejos, allá donde lo único que me haga temblar es el sonido de una radio descompuesta que toca enamorada canciones viejas. Me iré a donde el escalofrío solo venga del viento en mi cara al correr, donde el único vacío que sienta sea el de un amanecer joven, un amanecer azul que me haga cerrar los ojos, una vida larga que se va con cada suspiro. Me iré y no sé cuando vuelva, quizá nunca, quizá mañana al ver que mi vida no tiene sentido, o quizá no me vaya, quizá me gusta sentir sus filudas palabras atravesándome el corazón. Ya no sé de que soy capaz. 

Me enamore y me perdí, otra vez. Afortunadamente ahí me tengo un poco, tal vez quede algo de mi en mis demonios, esos que se niegan a irse, a abandonarme, los mismos que me obligan a irme, a recordar lo que se olvida. Ya no sé si me amo o si quiero asesinarme con cada parpadeo, debe ser que me odio, no soy capaz de llevarme a cuestas.

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