Ni ansiedades ni temores.

Hubiésemos perdido el tiempo en contar cada lunar, incluso esos que se enconden bajo ese cansancio en tus ojos. Debimos haber conocido cada secreto escondido entre esa piel sedosa, cada demonio oculto bajo esas manos tersas, cada asesino disimulado en esa mirada dulce y angelical, quizá de esa manera no lo hubieramos dado todo, no nos hubiéramos arriesgado tanto y aún conservaríamos nuestra vida, llena de juventudes, de ansiedades, de temores. Nos jugamos todo por nada, nada estaba seguro, aunque sabíamos muy en el fondo que no nos quedarían muchos amaneceres juntos. Ya no sé si hablo de Isabella o de Julieta, no sé si amo a la primera por la ausencia de la segunda, o amo a la segunda por la inocencia de la primera. En ésta gramática amorosa ya no soy el verbo principal, ahora soy ese predicado ambiguo que puede sustituirse por cualquier cosa, presente o ausente, la esencia queda. 

Estoy cansado de esa complicidad entre el destino y mis temores, entre el amanecer y su ausencia, entre mi boca y su lejanía. Isabella es tenue, delicada, misteriosa y algo torpe. Ella es capaz de tomar mis párpados sutilmente, de besarme pausado imitando el sonido de las gotas golpeando el suelo, ella es capaz de todo, es mi heroína. Es la única con la capacidad de tomar mis manos mientras me besa, de subir mi pecho como acariciando una cortina temblorosa, es la única con el talento de hacerme sentir ese vacío profundo con un "te quiero", ella me salva el mundo.

Pero por otro lado Julieta es mi villana preferida, ella tiene el don de ir desde mis pies hasta mis cejas en un solo movimiento, su maldad se refleja en la manera en que me mira y me desnuda a la par, ella me destruye todo. Me rasga la adrenalina de mi espalda, me araña los labios con el pasar de su dedo índice, es malvada porque me tiene entre la vida y la muerte, me da el suspiro necesario para no caer en sus manos rígidas, me mantiene vivo mientras me apuñala de a pocos. Una villana sin piedad, pero si la miran de la manera acertada, es una santa con muchos pecados encima. 

Lo único que tienen en común, es que las dos odian quedarse, supongo que no soportan mirar la agonía de frente cada mañana. Las dos le tienen miedo a mis dedicatorias, a mis conversaciones tardías, a mis silencios sórdidos y a mis sueños compartidos. Supongo que ya nadie sabe amar, ni siquiera yo, hay que saber apreciar lo que ya no está, a veces las cosas son preciosas por su finitud y mortalidad.

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