Noche ausente.

Tal vez debí girar la perilla de la puerta esa noche, habíamos tomado un par de copas de vino, habíamos hablado un poco de cine, un poco de ti, de mi, de cosas sin importancia. Conversamos durante mucho tiempo, nos reíamos por estupideces y a veces ni siquiera nos mirábamos, estábamos ahí, inhóspitos con las vistas perdidas, quizá el silencio era la mejor forma de conocernos. Supimos que el reloj se movía cuando acabaste tu vino y no había más champaña, ni alcohol con qué mirarnos ebrios, se había acabado ya la magia etílica que conservábamos por algo más de 4 horas y 35 minutos. Te levantaste del sillón con tus calcetines hasta las rodillas, tu pelo recogido y una blusa negra de The Beatles, me diste un beso en la mejilla y te fuiste a dormir, así, tambaleante y perfecta. 

Yo me quede sentado en el sofá con las sobras de un vino ausente, absorbiendo lo que pudo ser y no fue. Me quedé allí un poco más, fingiendo no acabar el vino, esperando a que salieras por esa puerta, me besaras y me invitaras a conocer la piel bajo esas calcetas azul con rosa, pero no, apuesto que cada uno esperaba la iniciativa del otro. Me levanté, coloque la copa encima de la pequeña mesa de vidrio que te regalo tu madre en navidad, me acerqué a la puerta y puse mi oído sobre ella, quería escuchar tu respiración lenta que me insinuara tu somnolencia, así que lentamente tome la perilla, la gire a una velocidad de milímetros por hora, pero desistí, solté la perilla y me aleje de esa puerta, mi demonio. Aunque hoy sigo pensando que esperabas y sabias perfectamente lo que haría, creíste que me acercaría a la puerta a escuchar tu respiración, así que te acurrucaste frente a ella, respiraste lento, y viste como la perilla se movía lentamente, estabas a la espera de que yo tuviera una entrada heroica, te besara el cuello y empezáramos ese ajedrez sexual en el que siempre expones a tu reina, que mala jugadora eres. 

Incluso, al día de hoy, tengo la certeza de que tomaste la perilla junto conmigo, al mismo tiempo, solo que yo la movía más rápido que tu y tu no eres una chica de adrenalina, así que decidiste retroceder, como siempre, con la mirada expectante y los labios resecos, siempre con el deseo compartido que se imagina, pero que no se hace. Esa noche no hubo gran cosa, solo un beso en la mejilla malvado y despiadado que ataba mi vida a tu deseo, y la perdiste, cargaste a cuestas con una vida que te aplastaba, y recurriste a abandonarla, ahí, entre mis deseos de abrir esa puerta y los tuyos de alejarte de ella. 

Ahora estoy aún más seguro de que miraste toda la noche el techo, así como yo esperando a que arrumaras tus cobijas, corrieras por el pasillo y te abalanzaras hacia mi. El riesgo no es nuestro. O pudo ser simplemente que te dormiste, sin tener idea de mis maquiavélicos planes, no esperaste nada, solo te ajustaste a la realidad, una que solo me carcome a mi. El silencio nos pertenece.



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