Primera impresión.

Nos juramos una vida juntos, y se fue. Estaba tan perfecta el día que me presentó a su madre, vestía una blusa blanca con cuadros negros, una falda azul a la rodilla y unos cuantos aros dorados en las muñecas. Me prohibió mirarla a los ojos mientras su madre preguntaba por nuestra relación, sabría que mentíamos cuando empezaramos esa conversación muda de risas cautivas y miradas presas. A su madre le hable de lo organizada y calmada que era nuestra vida juntos, le vendí un buen vecindario y una cama sin arrugas, al fin y al cabo tendría que creer que somos perfectos juntos, aunque no lo fuéramos.

Hable de los desayunos en la cama, los amaneceres con la ropa planchada y perfectamente doblada. Nos reímos de chistes intelectuales y de situaciones políticas, teníamos que convencer a su madre que viviríamos una vida plena y sin riesgos abundantes, aunque luego supiera que la comida deja sus rastros en la sábana, la ropa interior en el suelo y que su labial rojo deja huellas debajo del cuello de mi camisa. 

Esa noche dijimos que iríamos a los bolos o al cine, su madre nos dió la bendición en la puerta y se encerró, dos segundos después estábamos en el portón intentando conservar la tan fingida compostura. Los bolos y el cine se convirtieron en besos en las clavículas y sofás calientes, ya no hubo nada más que hacer, las películas en la oscuridad son muy aburridas cuando mejores cosas se pueden hacer con más luz, en fin, no estábamos hechos para ver nuestra piel temblar en la falta de luminosidad.

Al día siguiente inventamos el argumento de una película que no habíamos visto, pero que si habíamos sentido bajo esa cobija blanca que tanto amabas abrazar. Desempolvé el disfraz de ejecutivo bien pagado para presentarme ante su padre, un hombre con martillos en sus ojos, alguien de pocas palabras y muchos homicidios encima. 

Después de todo nos fuimos a celebrar con un café bien azucarado en la esquina del vecindario, un café que nos duró tres conversaciones y unos cuantos besos. Lo que no sabíamos era que ese sería nuestro último todo, horas después ella cruzó la puerta al creer que no la amaba, y yo empecé a escribir cartas creyendo que le importaba, al fin y al cabo terminamos vengándonos, ella enamorándose de mi, y yo olvidándome de ella.

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