Your loving arms.

Parpadeó dos veces rápidas. Las 6:32.

Su cuerpo temblaba y su voz también.

La tomé pierna arriba y empecé a acariciar su cintura con un miedo parecido al de reventar una escultura de cristal.

Ella se alejó, yo la alcancé subiendo por su espalda y desgarrando esos broches con cerradura imposible.

Yo me detuve, la besé en su yugular mientras pasaba saliva desesperadamente.

Su cuerpo temblaba y su voz también.

La tomé fuerte de las manos.

Empezamos a abrirlas lentamente con una facilidad que daba miedo.

Su boca era sigilosa, calculadora. Se movía de un lado para el otro, tanto que a veces olvidaba a su dueña.

Mis manos con sus manos subían a la par que sus labios arrancaban un poquito de cielo con los mios.

Se alejó, se puso sus zapatos pero no pudo irse. Mis uñas estaban enterradas en su antebrazo prohibiendo su partida.

Regresó. Esta vez con más fuerza.

Reclamó mi cuello como suyo, mis labios, mis manos gruesas, desde mis venas, hasta mi piel brotada.

Su cuerpo temblaba y su voz también.

Mis manos bajaron hasta su pecho. Su ritmo cardíaco estaba acelerado, al igual que mis pensamientos.

Sus manos sudaban, mi pecho lo hacía pero había algo frío en sus besos, pareciera que todos sus odios se desparramaran por cada arruga de mis labios.

No decíamos una sola palabra, éramos cantantes sin voz y amantes sin prosa. Éramos algo así como el Beethoven del amor, sin nada más que huellas dactilares curiosas.

Su cuerpo temblaba y su voz también.

Fuimos cuentos cortos. Jamás vimos la mirada del otro al amanecer, jamás nos quedamos para vernos despertar. Nunca estábamos para ver al otro sonreír. Un cuento más bien verso.

Al final, parpadeaste rápidamente por tercera vez. Las 6:33.

Tu cuerpo ya no temblaba, tu voz tampoco. 

Ahí me di cuenta que transpiro mucho y distingo poco. Imagino mucho quizá, o bueno... al menos hasta que tu boca permanezca en su lugar.



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