Oh darling.

"Espero recuerdes a Eduardo, el hombre delgado y alto de la tienda de películas. Me enamoré de él. Supongo que "Casablanca" fue ese mar en donde necesitaba esparcir mis cenizas. La ví 23 veces y como era de esperarse... el guión de la protagonista aún se sienta en mi memoria a leer el periódico.

Cada vez que me acercaba al mostrador de películas románticas y homicidas, un hombre de barba fina y cabello ordenado me sonreía, no sé si como herramienta de marketing o simplemente por cortesía; ya sabes lo que dicen, al mal tiempo buena cara. Que mal tiempo soy, ese perdido.

En 23 ocasiones rocé mis manos con las suyas al tomar el dinero, y un par de miles más al empacar la película, fingiendo los "accidentes" con mi piel seca y áspera. 

No sé qué le gusta, no sé qué come, no sé si prefiere la mostaza o la mayonesa, las fresas o los duraznos. Era mucho de qué hablar en tan poco tiempo, aunque con su manera de explicarme la película que me sé de memoria, supe de inmediato que es reservado, un tanto torpe y demasiado mentiroso. Me enamoré, no sé de quién, pero hay algo en sus palabras entrecortadas y sus manos sudorosas que me hablan de él en esas lenguas muertas que ya nadie estudia, una lengua de indirectas y miradas esquivas y labios resecos y chistes mal contados.

Su voz es gruesa, imposible de tejer, de descifrar. Sé que me ama, o si no ¿cómo explicaría su mirada punzante a través del vidrio que me ve alejarme al cruzar la avenida?, o ¿sus manos miedosas rastrillando sus piernas cada vez que le solicito una recomendación?, incluso ¿cómo podría explicar los movimientos sumisos de su cabeza cada vez que le digo que volveré mañana? Me odia o me ama, cualquiera convincente. Quizá me observa al irme por entre las lagunas de asfalto porque suplica al cielo un auto fantasma que me arrolle, un personaje desconocido que me ultraje o una jauría de monstruos que me rapten, cada una mejor que la anterior. Es tan callado que creo que rastrilla sus manos contra el pantalón tratando de calmarse para no sacar su arma y dispararme a quemarropa en aquella tienda, justo en la sien. Un asesino en serie que jamás ha matado.

Quizá no me mira porque no soporta mi mirada nauseabunda, o porque soy imposible de observar sin que me abandonen un poco, o tal vez sólo no me mira por miedo a romper mi cuello mientras me retira de su almacén. Ya no sé que esconde el chico de las películas, el que se llama Eduardo por su camisa, y el que no me habla por pena, miedo o pesar.

Él es como tu chica del bulevar, un tanto peligrosos y despiadados, pero también un poco amables y fríos, así como el agua de madrugada, o tus labios luego de una mentira. Tan fuertes y débiles. Tan peludos y lampiños.

Lo dejaré ir, aunque ni siquiera su hombro haya sentido. Ojalá corra, allá donde la luz predomina y mis papilas no puedan saborear la sangre que brota desde sus manos sudadas hasta sus ganas de besarme... que mucho se notan, como despedida o saludo.

Mañana será la "Casablanca" número 24, espero que Eduardo me conteste el porqué de sus transpiraciones, aunque estoy segura de que no responderá porque sus ojos estarán clavados en el movimiento lento de mis labios, los mismos a los que les tiene terror, respeto o asco.

Necesito a alguien que no huya cuando seamos los únicos en la batalla. Ojalá no sea un cobarde, tan cobarde que no me invite a un café luego de verme cerca del mostrador.

No quiero un héroe, pero si lo es, al menos que me haga volar sin sostenerme." Siempre supe que se enamoraría pronto, aunque no tan pronto.

Ahora que se enamoró, espero no se le note que aún me adora. Tal vez le dé su vida, al menos hasta que "Casablanca" número 25 sea más interesante. Espero se casen, la muerte llega rápido para los enamorados.

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