Perfect hands.

Que diagrama tan estúpido el que dibujaste en mi nuca con esos pinceles delgados, fríos y huesudos. Contaban la historia de tus ojos clavados en cada lunar de mi espalda, 17 a lo mucho. Tus yemas se adentraron en la porosidad de mi piel, entre mis vertebras hinchadas y mi voz tiritante.

A las 4:32 solo pensaba en deshacer tu piel en las gotas ácidas que caían ese día por mi casa. Pero fue imposible. Imposible porque tu piel inexistente era intocable, indestructible. Imposible porque ni fotografías que romper habían en el suelo, ese en el que amabas deslizarte mientras la dignidad se dejaba por ahí. Imposible porque tus recuerdos eran de acero. Imposible porque mi retina fue el mejor fotógrafo de cada cicatriz tuya. Imposible porque el fuego no puede quebrar una memoria visual, ni el viento, ni el agua, ni siquiera la más fría indiferencia.

Pasaste a mis espaldas como vil sicario, caminaste de un lado a otro como examinando mis debilidades, mi parte corporal con más olores tuyos, de esos táctiles. Tenías agujas en esas manos sedosas y contráctiles, como siempre, hilabas uno a uno los filamentos de esta voz grave y miedosa.

Rozabas mi piel gruesa arrastrándome al infierno, ahí donde guardas tu ropa con olor a sándalo y tu maquillaje rosa claro. Ahí donde el odio es más homicida que el amor.

Mi piel revoloteaba como los pensamientos en mi esclerótica, fragantes y confusos, urticantes y corrosivos. Cada poro brotado me traía un recuerdo en particular, un diario de caricias y besos y miradas robadas y canciones mal contadas. Hubiera querido vivir un poco más.

Acabo pronto, aquellas agujas duraron poco, quizá por masoquismo, o simplemente porque la felicidad es finita y cortita.

4:33, y yo seguía en la misma posición, con los codos sobre las rodillas, mi espalda encorvada y mi cabeza inclinada, aquella misma en la que agitabas mi cabello y acariciabas mi barbilla. Pasaron 26 segundos, y tu boca no se veía, tu olor no desfilaba por las nubes, tus dedos ya no seguían la línea de mi collar marcado, se esfumó, imposible.

Tal vez no fue nada, tal vez esa nada también se despidió, tal vez solo fue el aire jugándome una mala pasada. Nunca estuviste, pero si lo hiciste, dejame contarte que aún sigo con el escalofrío rondando la esquina de mi piel que recitabas con tus armas punzantes.

27 segundos después y aún batallaba con las palabras que no susurraste en mi oído. Olvide que ya no existes, que te fuiste en la mañana, que los filamentos de mi voz son indescifrables, y aún peor, que olvide la textura de tus huellas dactilares, el aire no es capaz de imitar tal laberinto.

La lluvia ácida me abandono. Lavó mi cabello de sus manos, mis ojos de sus besos, y mis labios... bueno, ellos aún están sucios de tal memoria visual, la imborrable, la de acero.


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