Worst lips.

Aún no sé cómo es que el bosque de invierno en tus ojos no se irrita al ver el mío acabarse, inundarse y hasta quemarse. Quizá debí saber que lo tuyo son miradas desérticas y empobrecidas. No reconoces el agua ocular ni aunque resbale por tu mejilla.

Una copa llena en sus dos séptimas partes de vino con tintes rosa me recordaba tu distracción, esa distracción con un cabello chocolate, nariz delgada y ojos grandes y obtusos. Mirabas una y otra vez ese licor costoso, por todos sus ángulos, todas sus direcciones; como si medir la viscosidad del vino fuera más importante que rozar mi entrepierna con tu pie cubierto de otra piel porosa, con divertida textura, embadurnado en el más erótico de los juguetes sexuales, eso que muchos ignorantes llaman "medias veladas".

Ibas a decirme algo, empezaste con "¿Qué...?" y te interrumpí de inmediato, supuse que hablarías de nosotros, de lo que no somos, de lo que esperas que seamos. No puedo soportar un interrogante más. Te interrumpí con un silencio agresivo, de esos que llegan a tu boca y cosen tus labios.

Y mi mente empezó a bombardearme con fotografías tuyas, de los dos, sonriendo, odiando, amando un poco. No duraban más de un disparo cada una. Y es que ¿cómo no?, si ese "¿Qué...?" podría significar la vida y la muerte, podría ser "¿Qué somos?" "¿Qué es lo que haces con tu vida?" ¿Qué es lo que tus labios húmedos intentan decirle a mi piel temblante?", muchísimas combinaciones con ese puñal que salía de tu boca. Ráfagas de fuego que se despedían de tu boca cada vez que invocabas más problemas que soluciones. Todo por una palabra, pero no cualquiera, una que ponía a pender de un hilo el ecosistema calcado en mi esclerótica.

¿Qué haría con las entradas de cine después de la cena? ¿Qué pensaría dos segundos después de que terminaras tu frase? ¿Te levantarías o yo lo haría pagando la cuenta? En fin, fuese lo que fuese, estaba listo para apretarme la mandíbula, saborear la saliva mientras recorriese mi garganta y mirar al techo como pidiendo a un dios alquilado una prueba de existencia.

Respire profundo y tu seguías admirando esa copa gris por tu aliento cercano a aquel cristal. Siempre se te hizo fácil coleccionar corazones rotos para forman esa lampara roja vibrante en tu cuarto, en aquella mesa en la que ahogabas los tatuajes detrás de tus muslos, y mis manos estrangulaban con suavidad los otros encontrados detrás de tu oreja derecha.

Ese vacío absurdo con el que te corté no duró muchas milésimas de segundo sobre la mesa. Destruiste mis palabras ausentes y seguiste para completar la oración con la cual de seguro, atarías mis ganas de besarte a esos globos aerostáticos que jamás tocan suelo. Era cuestión de tiempo a que te disculparas por arrancarme la viscosidad rojiza del corazón, esa la que hace amar.

"¿Qué vas a pedir?" y ahí supe que llevábamos 7 minutos en un restaurante sin pedir nada, con una mesera expectante y apurada frente a nosotros. Quizá debí saber que no eres tan buena como dejarme el día de nuestro aniversario en un restaurante fino y respingado. 

Debí saber que mi entrepierna se conservaba fría porque tus pies odian el calor generado por esa piel porosa, con divertida textura, embadurnado en el más erótico de los juguetes sexuales, eso que muchos ignorantes llaman "medias veladas".

Al final sonreímos, con mil películas en la mente y un cuento corto rozando tu boca tibia como agua estancada. Debí hablar sin pensar, afortunadamente las dos séptimas partes llenas de la copa, soportaban todo un libro por hablar. Qué suerte tuve de saborear esa última gota de ese vino tinto que deslizaba por tu cuello, casi acercándose a esos tatuajes que te empeñas en esconder.

No vuelvas a decir nada, o al menos no hasta que mi boca agote la gran última séptima parte que se posa entre las arrugas de mis labios, ahí donde me dejas tu aliento, un aliento tibio, como agua estancada.

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