Silky hair.

Hoy hablaré de su cabello, porque de vez en cuando hay que morirse un poco. Diré que era la construcción más exacta de hilos inmóviles, medio liso, medio crespo, medio perfecto. Bajaba por sus mejillas como observando en cámara lenta cada centímetro de piel sepultada, como rozando un poquito de cielo, con algo de nubes rosas a cada lado.

Diré que tenía impregnado la fragancia favorita de ella, el sándalo, algo de sandía y vainilla. Era una demostración sutil de la belleza, era un resumen de trazos infantiles sobre una hoja blanca y tersa, con dos o tres lunares sobre sus labios. 

No diré que lo amaba, pero de vez en cuando mis manos lo extrañaban, luego mis brazos sentían la necesidad de tocarlo, luego mi nariz olvidaba esas lineas fragantes, luego yo, luego todo se confabulaba para tenerlo ahí, en mi memoria pero no en mis mejillas. Se escabullía rápido, rodaba más que el agua, se escapaba más rápido de mis dedos, era juguetón, un tanto risueño, pero jamás estúpido.

Diré que me encantaba rozar sus anulares desde su cabello, ellos se escondían entre cada destello de brillo extravagante que decoraba su pelo, eran como la tú de mi yo; una combinación que pocos se atrevían a descifrar.

Hablaré de la forma en que esas delgadas cuerdas se posaban sobre mis ojos, obligándome a ver lo que ella quería, un montón de imperfección con algo de sándalo, sandia y vainilla. Yo era el único que sabía lo que era, el resto solo conocía lo sedoso, lo bien cuidado y lo castaño que era. Yo fui más allá. Yo descubrí lo que tu cabello le hacia a tu figura, a tu cara, a mi; nos ponía a saltar de un lado a otro como buscando refugio de la más bonita de las muertes, mirarlo.

Y si, era. Aún guardo dos o tres trozos de esa majestuosidad colgante como psicópata. Y si, fue. Supongo que las cosas lindas de la vida no duran nada. Ahora sé porque nada duró de ti, nada se quedo conmigo, solo estos dos o tres trozos de cabello, de su cabello, el de sándalo, el de sandia y el de vainilla.

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