Sober eyes.

Ya no podré dejar de hablar de sus ojos. Una mezcla absurda de café claro y negro y marrón, y una capa diminuta de desesperaciones y decepciones acumuladas. Eran grandes y profundos, con algo de imperfección en su iris. De vez en cuando conservaba ese bosque de invierno cubierto por nieve roja en su esclerótica, debe ser que ese pasaje largo calcado en su blanca obsesión, era el resumen de sentimientos no dichos, de derrotas silenciosas y de soledades en fila. 

Nunca la vi llorar, creo que no le gustaba. No diré que lloraba por las noches porque es un estereotipo que cualquier persona con problemas sigue, y no, ella era especial, no especial como todos, especial especial. Solo sé que detestaba soltar lagrimas al azar. Sé que cuando sentía ese nudo grueso en la garganta y ese dolor leve en el tabique, se escurría entre apariencias y pensamientos felices. Diré que era poética, romántica, dramática y un tanto torpe, un poco como yo.

Ojalá hubiera sido como ella, fuerte, exacta, tibia. No era fría, era una de esas pocas personas que maneja la fortaleza de una manera femenina, aprendió a no doblar sus rodillas, pero aún le falta practicar un poco más en detectar a los malos, a los buenos, a los que le sonríen. 

No había conocido a nadie que se resistiera a la sobriedad de su mirada, esa pupila que grita pero que nadie escucha. A mi me hacia temblar, ponía a mis dedos a bailar mientras trataba de conservar la cordura. Me miró un par de veces, creo que tampoco le gustaban las peleas a parpadeos, a besos, a buenas derrotas y a malas victorias. 

Me faltó mirarla un poco más.

Recuerdo que a las 7:45 pasaba frente a mi casa con su perro, yo estaba inhóspito cuando corría frente a mis ojos en cámara lenta. Jamás me vio, jamás supo que existía un amante psicótico tras su mirada, pero siempre supe, de vez en cuando, que no bastaba con solo observarla.

Quisiera poder tocar una vez más sus parpados, sentir sus pestañas sobre cada línea de mis dedos, besar sus lagrimales cuando intentaba mirar al techo para no llorar, en fin, lo que se fue no vuelve. Mis ojos no volvieron a ver una seguridad tan real en otros ojos, no volví a sentir como mi estomago desaparecía, mis labios se secaban y mi piel se sacudía. 

Ya no sé como verla de nuevo, aunque de vez en cuando encuentro la forma de observarla a las 7:45 en mi memoria. Debe ser que estoy destinado a fijar mi mirada en su perfil izquierdo, al menos por ahora, al menos hasta que decida posar sus pupilas en las mías. Se me perdió de vista, aunque aún no me abandona al cerrar mis parpados. 

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