Yellow letters.

Ese día no era ella, no se sentía como ella, era otra persona, aunque con los mismos ojos café oscuro y los mismos rizos a medio caer. Ese día no tocó mis manos, no miró el inicio de mi cabello, no se abalanzó a besarme la mejilla, no tuvo miedo a ha estar a 53 centímetros de mi. 

Ella miraba al cielo como para pedir confianza, como si mirar mis ojos fuera un acto de cobardía, como si mirar la mancha de helado en mi hombro izquierdo fuera la debilidad exacta. Estaba ahí pero no lo estaba. Me veía pero no fijamente. Me hablaba pero los silencios no salían de su boca. 

Miró al piso, apretó mi dedo meñique y volvió a apuntarme con esos ojos grandes y vistosos. Se acobardó. Siempre supe lo que quería decirme aunque de cierto modo lo negaban mis ganas de estar por siempre con ella... o bueno, al menos con una parte. La peor parte de los días malos son los tiempos lentos, y ese día no superaba las 2 sonrisas por segundo y las tres caricias por minuto. Nos hundimos en un tiempo que no teníamos, caminábamos al lado de un tiempo que vuela... y que no nos lleva consigo.

El gran secreto que guardaba salió a flote, no lo pudo esconder entre el temblor de sus manos y lo evasivo de sus miradas. "Me voy", susurro mientras sus ojos buscaban la fortaleza en todos lados, mientras sus manos juraban no tocarme para no sentirse culpable, al mismo tiempo que se alejaba lentamente de mi, casi corriendo. No quise alcanzarla, supongo que ese fue mi error, creer que no era tan mala para abandonarme, ni tan buena para venir corriendo hacia mi.  

Ese día no supe que decir, como siempre, mientras ella lo dijo todo... o al menos lo que había que decir. Pensé que me juraría amor eterno cuando vi sus dedos hiperactivos recorriendo todo su pantalón, pero no, tal vez la sensación de amar e irse sean tan parecidas que a veces son indistinguibles. Apuesto que cuando te vas, niegas amar, y cuando amas es casi imposible irte. Ella eligió lo fácil, pero yo me quedé con lo difícil, sin poderme ir de lo que traigo dentro de mi, sin poderme alejar de mi mismo. Me dejaste la peor parte.

Nadie corre más rápido que los sentimientos que no se quieren. Y yo no era la excepción, pero al final entendí que hay que aprender a vivir con ellos, mantenerlo ahí mientras se lucha por abandonarlos en la casa de alguien más. A veces se aprende a vivir con el enemigo, y más cuando nos respira en el cuello, nos hace sudar las manos y nos pone un vacío de grandes dimensiones en el estomagó, en ese pequeño espacio donde se resume todo el amor del mundo, las decepciones, las tristezas, las alegrías y hasta los abandonos. Muchas sensaciones para tan poco espacio.

Quizá le ahogaba un sentimiento que ni siquiera cabe en las manos, y se fue, dejándome un amor para siempre, y un "nosotros" de nunca. Este amor era como un secreto a voces que nadie se negaba a ventilar, como una historia que no estábamos destinados a protagonizar. No la volví a ver, solo entre parpadeos rápidos y sueños frustrados, la muerte.


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