Hold my hand.

Que nunca me dejen sus recuerdos, los que están debajo de mi almohada, encima de la cama, entre las sábanas, en mi memoria fotográfica, en las yemas de mis dedos, los que no tengo bajo llave, los que vuelan, los que se ríen, los que se burlan, los que matan. 

Que nunca me dejen mis recuerdos. No sé qué haría sin lo que aprendí de tus manos, sin lo que memorice de tus labios, sin lo que sé de tus clavículas sobre mi pecho. 

Quién no quisiera olvidarse de alguien, pero aunque yo lo quisiera, no podría. El olor de las nubes, el color del aire, el movimiento de las montañas, no hay nada que no tenga un pedacito de ti. Un pedacito de los lunares que pasan por tu cuello, un poquito de esas lineas que traspasan tus manos como flechas, unos trozitos de la delgada piel que recorren tus labios, solo se necesita eso para tener a todo el mundo ahí, volando entre las gotas de tu fragancia favorita y saltando entre las arrugas que se arman cuando sonríes; así como me tienes a mi, temblando y destruyéndome a pestañeos.

Quizás debo dejar de sentirme así, con dos o tres agujeros negros en mi estómago y con un par de miles de brillos en mis ojos. Tal vez estoy listo para dejarte ir, para abandonar los besos que aún no me das y para pegarle mi amor a otro desafortunado por la espalda.

Empezaré a dejar mis ganas de tenerte en cada esquina, esperando que otros se lleven lo que aún no te doy. Estoy preparado para dejarte ir, para olvidarte, para alejarte de mi, aunque para nadie es un secreto que iría detrás de ti, porque aunque te vayas siempre me llevarás contigo. No me dejes, aunque yo ya te abandoné.

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