Lips.

Siempre quise hablar de su boca, pero nunca pude, es difícil ver a unos labios que se quieren besar. Pero con miradas de reojo sabía como eran perpendicularmente.

Delgados arriba, gruesos abajo, se había convertido en mi poema inicial y final. La mejor de las prosas.

Eran arrugados y sutiles, iban desde el final de su mejilla hasta el inicio de su homologa. Diré que cuando sonreía sus dientes se manchaban tenuemente con ese carmesí de los infiernos, ¿quién no aguardaría al inframundo de sus labios?

A decir verdad parecían inbesables porque eran fríos, insaciables, inhóspitos. No sabía susurrar ni besar, creo que no era tan valiente, pero su cobardía sabía a fresas con caramelo. Hubiera matado un par de veces por sentir la dureza de sus labios punzantes y afilados sobre mi cuello, esa obra de arte que mañana moldeaba a su acomodo, como siempre.

Creo que si me hubiera besado no hubiera vivido para contarlo. Mi pecho empezaría a palpitar hasta el colapso, mis pupilas se dilatarían hasta cubrir mi esclerótica, mis piernas se doblarían de a pocos, mi muerte moriría. No creo que hubiese podido resistir unos besos que rasguñan cada vena del cuerpo, sintiendo los cueritos de sus labios pasando levemente por la resequedad de mis hombros. No hubiera sido capaz de tener la muerte encima y alejarla. Creo que me gusta morir con el infierno en bandeja de plata.

Sus labios eran, ya no son, desde que decidió atrapar el cielo de otro sin sus manos. Sus labios eran, ya no son, ni ella podía esperar su propio inframundo, el que la consumía, el que la amaba, el que no sabía ni besar.



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