Ladder in the clouds.

Ya varias veces me había convertido en su carta de salvación. De vez en cuando me convertía en la fotografía que la sacaba del olvido. Ya no recuerdo cuantas veces fui su tan precario boleto de felicidad. A veces olvido también, qué se sentía llevarla colgada en el pecho, cómo se sentía su sonrisa calcada en una fotografía al lado de mi corazón. Ya no es común acordarme del número de veces que la agarraba por la cabeza con mi mano derecha y sentir como me tallaba en las líneas gruesas; hasta en fotografías me hacía sudar.

Podríamos hablar de las miles de cosas que me gustan de ella, empezar por lo delicado de su cabello y terminar por las hebras gruesas de su suéter. Supongo que para hablar y tener sexo me confundía de la misma forma, con dos o tres dudas sobre cómo empezar, por qué parte de divinidad nublada.

Qué se sentirá que te amen de la misma forma en que yo lo hago. Deber ser un problema con los que ni Sócrates podría. La verdad es que siempre vamos con la idea de que el diablo es rojo y con cuernos prominentes, cuando en realidad, el diablo se queda calcado en un par de miles de sonrisas distintas, con dos o tres lunares en las mejillas, y con una que otra forma de amor. Que peligroso es cargar con el diablo en medio de las clavículas.

Quisiera creer que me espera con el mismo vestido color salmón, con la misma botella de vino, con los mismos camarones y las mismas servilletas blancas. Quisiera creer que aún no retira las velas rosas de la mesa, que aún no se ha dormido encima del sofá donde pudimos haber procreado un par de gemelos. Quisiera creer que aún no ha visto su reloj, que aún no se ha puesto a llorar, que aún no ha visto el balcón donde me cantaría una canción con su guitarra nueva. Quisiera poder creer que aún tiene la esperanza de que llegaría con el vestido negro que usé en la boda de su hermana, lo quisiera todo en estos momentos.

Pero no pude. No pude llegar a tiempo, el tráfico me detuvo, la asistente del jefe me entretuvo dos segundos más, el informe de finanzas se demoró más de la cuenta, no pude llegar. Siempre le dije que quería tener un balcón al lado del comedor, quería que viera que comer con ella era como tener las nubes al mismo nivel, que era como comer al lado de dios.

No pude llegar. Hubiese querido que su vestido hubiera permanecido más limpio, menos lleno de tierra.

No la pude llamar, no sabía qué decirle, qué explicarle, qué mentirle. Sabía que si la llamaba ella se hubiese enojado conmigo, hubiese llamado a mi madre y le hubiera contado lo sucedido. No saben cómo es mi madre cuando no hago lo que debo. No tuve prisa, no corrí a darle de mi comida con cucharadas risueñas, no pude llegar.

Pero ella sí pudo llegar, ella sí logro comer con dios. Después de todo, era nuestro balcón, una escalera en las nubes, lástima que su peinado no se viera a la perfección a 12 metros de altura. Aprendió a no comer con zapatos, sabría que si camina por las nubes, sus tacones la harían caer de nuevo. 

Comentarios

Entradas populares