Lazy song.

Estaba dispuesto a no olvidarte, a recordar paso por paso el algoritmo indescifrable de tus manos al coger la cuchara. Estaba obsesionado con no olvidar el número de cuentas de tu vestido rojo carmesí con un sinfín de manchas accidentales. Estaba casi seguro de no querer olvidar la forma en que cerrabas los ojos, sonreías y luego estirabas la mano para saludar a quien no conocías, a mi por ejemplo.

Nunca supe como sacabas la basura sin ensuciarte ni un poco, o como acariciabas a Mateo sin que te lamiera la nariz y de paso los labios, es más, nunca supe en que orden organizabas tus libros, definitivamente no era por tamaño ni por orden alfabético, sabia que no era por favoritismos o si quiera que eran por tiempo. Siempre fue un secreto, no había forma de que Sartre estuviese tan alejado de Camus por casualidad. No sabía mucho de ti.

Me empeciné en saber lo que no eras, lo que nunca tocarías, la música que jamás escucharías, la ropa que jurabas no usar y las personas con las que preferirías no hablar; pero nunca te pregunte qué canción te hacia llorar, o que persona deseabas tanto que sentías como las pecas de tu vestido rojo carmesí se desvanecían con cada sutil limpieza. Nunca supe algo de ti, solo que odiabas las canciones sobrecargadas, que no te gustaba la vainilla y que definitivamente odiabas que te miraran dos veces seguidas al pasar por la calle. Toda una odisea saber quién eras.

Sabía tus deslices, tus relaciones amorosas desastrozas, tus odios, la niña que te caía mal, el sabor de galletas que nunca tocarían tu boca, pero nada bastó. Nunca me dijiste que te gustaban las serenatas o las flores blancas o siquiera que prefieres un gato a un perro. Nunca nada bueno de ti.

Luego supuse que me alejabas tratando inútilmente de decirme cosas horribles de ti, pero luego me dijiste "te amo", ¿a quién se aleja con eso? Tal vez no es que hablaras mucho de tus errores, sino que no habían victorias que relatar. Pero debo decir, aunque cruel, que eres el resumen de cosas malas que mejor me pasa... o me pasó.

Tu madre te llevo una serenata ese día, unas rosas rojas, y supe de inmediato que te disgustaron, las copas de los árboles se mecían enfurecidas. Una muerte pálida diría yo. Ahora también sé que amas ver llorar a alguien. No derrumbaste el cielo al ver a tu hermana botando lágrimas sobre esa madera fría, pero me castigaste a mi, con dos o tres recuerdos que no hacen llorar, pero que si ponen el pecho en llamas.

Una muerte pálida diría yo, sin falta de color dirías tú... de nuevo.

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