The Pocket.

De todas las forma que intentó olvidarme, solo una le sirvió, la de seguirme guardando dentro de su bolsillo.

Solía verla en las mañanas tomando su cabello y enrollándolo en su dedo como si su cabeza fuese un tornado, como si sus pensamientos corrieran en círculos y no la llevaran a nada. Así era a menudo.

Cuando me besaba me agarraba el cuello y empezaba a pasear lentamente sobre mis cabellos cortos como si buscara una mentira oculta, como si no me creyera, como si desconfiara. Solía seguir el movimiento de sus sensaciones en mi coronilla, arremolinada y desordenada. Nunca se quedaba quieta. No lo hubiese querido.

A veces me amenazaba con alejarse y dejarme solo, lo supe cuando caminaba lentamente en reversa hacia la pared aprisionando mis labios con los suyos desde mi nuca con sus manos. Nunca supe como hacía ella para que yo siempre estuviera cubriéndole la espalda, para tenerme ahí persiguiéndola, para que nunca perdiera el hilo de sus manos, para que siempre me tuviera. Siempre.

Después empezó a cortar lo único que me sujetaba a ella. Comenzó con dejar de desatar sus frustraciones sobre su cabello. Ya no le revolvía las mariposas mentales. Ya no era yo quien volvía sus ideas puré.

Es que cuando los pensamientos se desenredan, el amor también. Y eso pasó. Se desenredó de mi.

Y aunque se quedo por los siguientes años de mi vida, sabía que soñaba en secreto con que alguien la sacara de este desorden calmado e inofensivo. No se fue. No habían suficientes pensamientos confundidos.

Ahora solo me queda verla día con día, con su espalda al otro extremo de la cama, del mundo. Quizá pienso que aunque la deje correr, no se irá. Que aunque la ame demasiado, ella no lo hará. Que aunque la quiera a morir, ella me quiere ver muerto.

Y cumplí. Pude no haber sido el amor de su vida, pero la vida se encargó de sacarla de esa lista de "amores en espera", de "amores que matan" y "pasados ansiosos". Debí haber sabido que su pelo carecía de emoción, que su boca ya no se estiraba al pensar en mi y que su cuerpo no temblaba cada vez que sabía que me tenía ahí, a una mano estirada de distancia.

Aunque empezó a extrañar mi presencia, yo empecé a echar de menos su ausencia. Y fue así como me visitaba al cerrar sus ojos, apretar sus manos y encender su estómago. Se lo merecía. Cada parte. Después de todo fui yo quien la trajo aquí, al lugar donde los pensamientos no se enredan en un simple bolsillo.

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