Only then...

Tenía encarnada una verdad que no la dejaba verse al espejo en paz. Tenía entre su garganta y su orgullo una necesidad de gritar y de soltarse.

Vivía agobiada, temerosa del futuro cercano, y más si es incierto. Tenía miedo. Sabía exactamente lo que probablemente vendría para ella, 1.000 años de karma mal cobrado. Sabía lo que se avecinaba y no podía contárselo a nadie. Era valiente.

De vez en cuando procuraba seguir adelante sin dejar de ver el peso que cargaba a sus espaldas, una verdad que solo ella conocía pero que todo el mundo sospechaba. No podía ser tan egoísta como para utilizar a alguien de apoyo y aumentar en dos su carga.

Estaba confundida. Los ojos de sus hijos habían perdido interés para ella. No podía ver como sus pupilas le recriminaban las mentiras que aún no saben. Cada vez más se aferraba a los momentos de columpios y compras y helados y el cine. Sonreía de verdad aunque después vinieran los pasos en falso y las depresiones escondidas en un espejo o peor aún, el inminente abandono.

Era muy inteligente, sabía como manejar la situación aunque su hijo mayor heredó su capacidad. Y él, aunque corto de edad, ya sabía la idea general de vivir. Ella tocaba su cabello cada vez que el intentaba adivinar la verdad, la misteriosa verdad. Y era porque quería que olvidara los pocos pasos que le faltaban para el "eureka" que ella se negaba a oír.

Quisiera decir que el tiempo pasó, pero para ella el tiempo se resumía en unas 10 o 15 carcajadas con sus hijos, sus preciados hijos.

Su hijo mayor se enteró de lo que escondía su ensimismada madre, y fue ahí donde entendió las ideas secundarias de vivir, luego los párrafos, las frases, la puntuación... entendió todo acerca de vivir. "Una moneda al cielo y ¡bum! la vida o la muerte" le dijo a su madre al oído un día, al conseguir el temido eureka.

Ella no pudo seguir siendo la heroína de sus hijos al desayuno, no pudo seguir cargando ese peso que doblaba sus rodillas y hacia temblar sus dedos. Lo dio todo.

También quisiera decir que faltaba mucho para el final, pero a quienes obran bien el tiempo es oro... y oro era precisamente lo que no tenía.

Daba la vida por sus hijos, pero nadie aceptaría tan poca cosa. No era la mujer número uno, no sabía distinguir entre un buen hombre y uno malo. Era buena en el trabajo y mala en casa, odiaba el oficio casero. No obró bien un número importante de veces, pero en el prefacio corto de vivir, no cabía nada más que sus hijos, vulnerables pero no estúpidos.

El final se acercaba a pasos agigantados...

En resumidas cuentas dejó a sus hijos el valor de la valentía, del desapego y la compresión. Pasaron 10 o 15 carcajadas después de eso. Y aunque él, su hijo mayor, leyera totalmente el argumento de vivir, se enteró que para su madre no habrían puntos suspensivos, siquiera alguna paráfrasis tonta que aumentara su parlamento en la historia. Para ella había un punto final, seguida del primer capítulo en la idea general de su hijo, su preciado hijo.

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