Time.

Pasé mucho tiempo buscando por entre las fantasmagóricas formas que me recorren, unos parpados delirantes y delgados como los tuyos, un cabello que se rinde ante el contorno de tu cara y unas manos que sucumben al sentir esa piel tan poderosa y frágil que sostienen. Quizá pasé tanto tiempo esperando la llegada de alguien como tú y no vi cuando cruzabas esa puerta de madera que ese día olvido rechinar; quizá ella también estaba de acuerdo con tu decisión.

Apuesto que agradecería al cielo si supiera que encontraste alguien mejor que yo. Alguien con quien una noche no fuera una discusión sobre el origen del universo o la mejor película de Leonardo DiCaprio. Alguien con quien la cena fueran velas y servilletas perfectamente dobladas y no una rara mezcla de cojines en el suelo y comida por el aire. Alguien que tenga miedo de perderte y te demuestre que un día contigo es mejor que conocer el cielo y devolverse para recordar lo que se dejó. Alguien que sea exactamente lo opuesto a mi.

Conmigo las cosas son extrañas y sinsentido, donde el desdén abunda junto con el desorden. No tengo nada que ofrecer, ni una linda sonrisa, ni un olor a lavanda ni mucho menos una personalidad encantadora. Si te dan a elegir no te quedes conmigo porque yo solo sé ganar en ese juego en el que me voy y no vuelvo. 

Aunque para ser sinceros no podría olvidar esa piel color durazno de tus mejillas ni esa boca que solo sabe susurrar distancia cuando estoy contigo. Y es que, ¿a quién se le ocurriría olvidar la manera en que colocas tu mano sobre la oreja izquierda cada vez que te sientes intimidada? ¿o cuando miras dos veces al suelo cuando no sabes que decir?, supongo que a nadie, pero nadie siquiera lo ha visto.

Es hora de que agarres ventaja y me dejes, así tu volverás sin mi y yo olvidaré mi camino a casa. Una solución fácil para detener este amor que me enciende el pecho y me aprieta la mandíbula. 

Quisiera a veces detenerme y seguir tratando de hacer realidad el "para siempre" que juraste una noche de marzo con una taza de café y un suéter hasta el suelo. Nadie podría mentir con café en la mano. Pero cuando recuerdo lo que soy, lo que hago y lo que seguramente haré, me doy cuenta que lo mejor es abandonar a quien me rodea; dejarlo encontrar sus demonios y derrotarlos ellos solos, mientras tanto yo sigo la batalla a muerte con los míos, esos que aún me susurran despedidas al oído cuando la bienvenida está a la vuelta. Supongo que de esta, no saldré vivo.

Y luego, tras intentarlo todo, me dí cuenta que en definitiva, era mejor estar sin mi que conmigo; que soy como luchar contra la corriente, como salvar a un desahuciado. Entendí, tristemente al final, que aunque necesitaba de todos, nadie necesitaba de mi; y todo se torno claro. Fui allí cuando supe que al fin y al cabo terminaría olvidándome de cada una de tus frases graciosas, de tus gestos y hasta de tus volátiles formas de soñar. En conclusión, no podría amarrar a nadie a mi, a un cáncer que avisa que queda poco tiempo.

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