Cuerpo

Y he decidido hacer una expedición a ciegas por los abruptos relieves de su cuerpo. Una linterna, un par de antorchas y una piel cansada de tocar planicies empinadas, será lo único que necesite. Empezaré por explorar las infinidades de sus pies que parecen estar hechos de una porcelana monocromática y traslúcida que deja entrever los drenajes sangrientos que esconde bajo esa piel dulce.

Luego seguiré con la linealidad de sus canillas, pasando por la majestuosidad de su rodilla engañosa, esa que parece pertenecer a la vejez, a paisajes antiguos y abandonados. 

Me encontré con las lúgubres curvas de sus muslos que lo esconden todo, que no dejan ver nada ni aunque pongas los ojos sobre su piel. Allí de seguro hay tesoros maleducados y sonrisas burlonas que dejan pistas entre sus lunares en forma de constelación. 

Ya he avanzado mucho, he llegado a ese lugar ínfimo de su pelvis, ese centro de la tierra del que todos murmuran y escriben libros, pero que sólo un apasionado con algo de locura y desdén, puede acariciar la geografía que la recorre. 

Es hora de usar las antorchas y empezar a hurgar entre las llanuras de su estómago. Se ha hecho de noche, habrá que quedarse entre su ombligo y su marca de nacimiento unas horas, al menos hasta que el sol muestre el camino o cuando la marea de su respiración empiece a subir. Después de rendirme entre sus folículos, me devuelvo a lo incierto, a la forma particular de sus montañas en el horizonte, guiándome por las durezas de sus costillas huecas que conducen a sus senos, que son la trampa escondida y que empujan hacia lo cortopunzante de su esternón. Me quedé allí un par de horas tratando de escapar de los rugidos de una bestia incomprendida y desconocida que se resguardaba en una cueva impenetrable, ese monstruo acorazonado rugía como el sonido de un tambor, como canto de sirena que manipulan el oído y terminas ahí, viviendo en su pecho para siempre.

Pero logré escapar, avancé hasta los precipicios de sus clavículas y me escondí entre los rocas de su garganta. Puedo decir que soy un sobreviviente de cada terremoto que se agolpaba bajo mis pies cada vez que su boca estaba seca y su saliva bajaba por debajo de mí como si quisiera arrastrarme junto con ella.

Más tarde, cuando logré escalar el acantilado de su quijada y llegar hasta sus labios, descubrí la verdadera historia detrás de la ficción de sus facciones. La recorrían un montón de cascadas potables y arboles aparasolados que se clavaban en sus mejillas y su nariz estaba plagada de valles inexplorables. Sin duda alguna, mi respiración profunda era señal de perdida, de que jamás saldría de allí, que construiría una casa encima de sus cejas para lograr ver cada mañana esas aves que amenazan con tocarla pero que no se atreven.

Pero justo cuando pisaba la última vegetación de su paisaje, vi sus ojos; una combinación de mar azul con doseles verdes. Lo último que recuerdo es haber visto salir a las aves despavoridas del lugar, así como ver cada bosque derrumbarse rápidamente. Se acabaron sus afluentes y la casa imaginaria de su frente empezaba a caerse. Era el viento, la soledad y la penumbra quienes con sus sierras gigantes convirtieron su cuerpo en un desierto vacío.

Y fue ahí, tras toda mi expedición cuando entendí que yo sólo era un recuerdo que la recorría, que me tragó esa criatura extraña que habitaba en el centro de su pecho. Ahí supe que cuando despertara, ella volvería a estar exactamente como la dejé, inhóspita. 

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