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Y mi boca con su boca peleaban una guerra carismática y sin mucha violencia. Con diálogos cortos y algunas manos alzadas. Una batalla con poca artillería pero con un arma roja y viscosa que se colaba entre mis dientes y me emboscaba con un puñado de animales revoloteantes en mi garganta.
Era astuta, sabía cuando parar la guerra y correr en retirada. Yo era estúpido y corría detrás sin pensar en las trampas de su boca, en las cortopunzantes formas en que me atrae una y otra vez, cada vez con más fuerza. Aquella vez, cuando creí haber ganado, sus papilas estaban justamente debajo de mis labios; esperando silenciosamente el momento exacto para abandonar una granada en mi paladar.
Y lo lograba, cada vez.
No podía resistirme a la adicción de querer ganar en el terreno de sus labios, colocando mis manos sobre las mejillas enemigas y lograr una distracción leve que me permitiera llegar hasta ese lugar donde guarda sus vacíos estomacales y abrir esa jaula. Agarraba su pelo, apretaba su espalda y de vez en cuando trataba de recurrir a su carótida, pero nunca nada funcionó. Era perfecta ganando y utilizando el mismo truco de llevar sus dedos entre mis dedos y rasgar cada línea dactilar que poseía hasta llegar al punto donde mi garganta tomaba independencia e impedía cualquier paso de saliva.
Siempre tan astuta.
Me hacia falta un plan, recurrir a sus cejas con mis pulgares o morder su labio para invocar sus pequeños secretos. No funcionó. La única manera factible sería espiar su método, copiar sus movimientos e intentar reproducirlos en mi.
Subir su mano hasta mi pecho, llegar con sus yemas sobre mi yugular, acariciar mi mentón y desenredar el nudo de las mariposas en el cuello y el abismo en el estómago. Parecía fácil. Intenté hacerlo con una fotografía suya, luego con alguna prenda que la simulara a ella hasta que termine con su recuerdo. Un recuerdo que me hacia sentir todo, pero que ya ella no podía sentir nada, no tenía secretos ni vacíos, ni mariposas ni canciones atrancadas. Es ahí donde descubrí que el perdedor es perdedor aunque gane.
Era astuta, sabía cuando parar la guerra y correr en retirada. Yo era estúpido y corría detrás sin pensar en las trampas de su boca, en las cortopunzantes formas en que me atrae una y otra vez, cada vez con más fuerza. Aquella vez, cuando creí haber ganado, sus papilas estaban justamente debajo de mis labios; esperando silenciosamente el momento exacto para abandonar una granada en mi paladar.
Y lo lograba, cada vez.
No podía resistirme a la adicción de querer ganar en el terreno de sus labios, colocando mis manos sobre las mejillas enemigas y lograr una distracción leve que me permitiera llegar hasta ese lugar donde guarda sus vacíos estomacales y abrir esa jaula. Agarraba su pelo, apretaba su espalda y de vez en cuando trataba de recurrir a su carótida, pero nunca nada funcionó. Era perfecta ganando y utilizando el mismo truco de llevar sus dedos entre mis dedos y rasgar cada línea dactilar que poseía hasta llegar al punto donde mi garganta tomaba independencia e impedía cualquier paso de saliva.
Siempre tan astuta.
Me hacia falta un plan, recurrir a sus cejas con mis pulgares o morder su labio para invocar sus pequeños secretos. No funcionó. La única manera factible sería espiar su método, copiar sus movimientos e intentar reproducirlos en mi.
Subir su mano hasta mi pecho, llegar con sus yemas sobre mi yugular, acariciar mi mentón y desenredar el nudo de las mariposas en el cuello y el abismo en el estómago. Parecía fácil. Intenté hacerlo con una fotografía suya, luego con alguna prenda que la simulara a ella hasta que termine con su recuerdo. Un recuerdo que me hacia sentir todo, pero que ya ella no podía sentir nada, no tenía secretos ni vacíos, ni mariposas ni canciones atrancadas. Es ahí donde descubrí que el perdedor es perdedor aunque gane.
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