Au revoir.

Y le dijo adiós entre los dientes, esperando el regreso en la despedida. Tenía miedo, miraba al suelo, organizaba el solape de su camisa, caminaba de un lado a otro con seis pasos en cada dirección. Permanecía tranquilo mientras los recuerdos le jugaban una emboscada a su tranquilidad. Se corría el cinturón inmovil, se rascaba la punta de la nariz y trataba de utilizar su cuerpo como arma ante la soledad que corría en su contra.

Ella pretendía no verlo, olvidarlo por un momento y seguir observando el titulo de su pasaporte como si ya no lo supiera de memoria. Se perdía entre las personas con pantalón corto que intentaba calcular. No se movía, organizaba simétricamente sus maletas intentando tomar al miedo del cuello y tirarlo al olvido. 

Se encendió la plataforma de abordaje y sintieron un dolor profundo en el estomago que subía rapidamente por la garganta y empezaba a enredar la voz. La marea corporal subía lentamente a medida que el final se compadecía y se relentizaba. Era un adiós tremendamente inminente, frío y desafiante. De esos adioses amantes que odian separarse y que se agarran de la cintura el uno del otro. Ellos eran de esos adioses que se dejaban fotografías en sus bolsillos, que se amarraban por los dedos y que solo las promesas pueden separarlos.

Ella partió y él se quedó. Cada uno convertido en una cueva que el otro había cavado. Cada uno convertido en un desierto con promesa de lluvia.

Quisiera decir que llovió o que la tierra relleno los orificios pero aprendieron a vivir con sus desaparecidos espacios y sus inhóspitos paisajes. Ella soporto el calor y el vacío de un adiós ausente. El se escondió bajo la arena cálida y detrás de las rocas que aún se mantenían. Sus adioses se enamoraron de otros adioses más cercanos y más fuertes. Crearon nudos resistentes y barcas inhundibles. Paisajes inmortales y cascadas inagotables.

Ella volvió y su adiós estrechó su mano con el adiós de él y se devolvieron las fotografías de sus bolsillos y las descorteses despedidas. Se dieron la espalda olvidando las cuevas solitarias y los desiertos congelados, el amor de sus adioses y el sonido de sus corazones agitados. Su adiós le envió un beso al aire a su querido adiós y desde ahí sus adioses mantienen una relación furtiva escondiéndose de sus dueños, los enamorados, los cobardes y los olvidados. Rompiendo barcas y nudos, destruyendo paisajes y cascadas, enamorándose de sus infiernos y vacíos. Pero pronto la eternidad separaría a estos dos adioses que soportaron cualquier despedida, después de todo ¿qué se podría esperar de un amor que aún vive de una promesa de lluvia?

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