Chairs.

La vida es un baile, pero ella era de esas vueltas difíciles de dar. Enredada y extraña y rápida e inesperada. Yo procuraba seguir a sus pies con mis pies como si sus falanges fueran los amores platónicos de los míos. Iba a donde fuera. Nos perdíamos de ser necesario. Nos pisábamos de vez en cuando pero nos reconciliábamos con un sutil movimiento de cadera. Éramos pésimos bailarines para una vida profesional.

Supongo que siempre supimos en final, aunque a decir verdad parecía que ella bailaba igual de principio a fin, sin preocuparse por el estribillo o por el verso final. Yo por el contrario me la pasaba imaginándome una cuenta regresiva cada vez que movía un pie incapaz de verle la cara a ella, la difícil, la maga, la imposible y la agitada. Siempre me preguntaba el porqué de su decisión de quedarse con el peor cuando existían un montón de hombres sentados que podrían tomarla por la cintura y hacerla rozar las nubes. Ha de ser que quería perder el tiempo un poco.

La canción se empezó a poner difícil y ella decidió cambiar su mano de mi mano y su otra mano de mi hombro por un poco de lejanía. Seguíamos juntos pero sin tocarnos, yo parecía una maquina con los engranajes oxidados y ella parecía una bailarina de las cajas de música.

Ella lentamente se fue girando buscando nuevos pasos a quien seguir, recordó mirarme sonriente y se acercó a mí para rozarme la rodilla a son de despedida. La canción era corta, al menos para mí. Ella continuó su búsqueda discreta entre las parejas que nos rodeaban y pareció no interesarle nadie, entonces voltió hacia mi esperando terminar juntos su canción favorita. Para su fortuna, este bailarín con reumatismo había acabado sus pasos y sus vueltas y se había quedado ahí, sonriente. Y fue ahí cuando tome asiento y decidí observarla, ver a quién escogía pero bailo sola hasta cuando las piernas fallaron y se sentó a mi lado esperando rozar el cielo conmigo.

Ella dio la vuelta, mostrándome que no era tan difícil, que solo hacia falta agarrarla bien fuerte para no dejarla caer o caer juntos. Ahí entendí que la silla es la muete y que para disfrutar un poco hace falta una buena canción que evite caer de estos 20 metros que hay desde mi ventana hasta el pavimento.


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