Rebel.

Quizá debí aprender un poco más de ella.
Observar sus manos mientras dormía o tocar sus labios mientras sonreía. 
Mirar sus pestañas mientras miraba al cielo o fisgonear sus ojos mientras mentía. 
Entrelazarme entre sus piernas mientras leía o tumbarme en su estómago mientras taladraba su mirada en mi sien. 
Debí aprender de ella definitivamente. 
Aprender de unas manos estáticas con olor a pimienta y comida rápida. 
Aprender de sus labios resecos de tantos besos y de tantos gritos al cielo cuando no encontraba su pantalón negro. 
Debí aprender de su mirada al cielo cuando olían el final y no les quedaba más remedio que intentar colgarse de alguna nube que los llevara lejos, o al menos los cegara por un rato. 
Aprender de sus muslos que me atrapaban como dos guardias peligrosos de los que no se podía escapar ni teniendo las manos libres y la llave en el pantalón. 
Debí aprender de ella, desde sus pies hasta la raíz de su cabello, prestar atención a sus movimientos e intentar reseñarlos en una hoja de papel. 
Debí. 

Ella debió eliminarme rápido, ser buena competidora. 
Agarrar mis dedos y aparentar un amor ilimitado u olvidar la risa y empezar a llorar para confundirme a mi, su discípulo. 
Mirar al suelo y convertir mis pies en ansiedad o decir la verdad para no darme oportunidad de desenredarla. 
Regresar a unos tobillos desinteresados sin ansias de cuerpos ajenos o abandonar el refugio de mariposas en su estomago y dejar un vacío pesado. 
Ella debió saberlo, debió saber que tenía un punto débil.
Saber que no podría rellenar sus ranuras dactilares con indiferencia. 
Saber que no podía obligar a sus labios a rendirse ante sensaciones insentibles. 
Debió saber que su mirada nunca le perteneció y que no podía seguirla. 
Saber que su boca no podía besar y afirmar al tiempo, que sus comisuras se cruzaban. 
Debió saber que tampoco podía dirigir a unos pies enamorados. 
Saber que las mariposas no se van tan fácil y que el vacío no convive con amor.
Debió.

Debimos todo.
A fin de cuentas, el deber es aburrido y la rebeldía siempre se ha adueñado de labios, manos y pies. 

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