23:23

No te vi venir, pareciera que saber escabullirse es una buena manera de evadir sentires y desdenes. Existen un millón de maneras en las que pudimos converger, tu sonriendo y yo abriendo los ojos, tu pensándome y yo observando las 23:23 en mi reloj. Un millón.

Nunca sentí tu pensar, siempre eran las 3:48, las 13:53 y las 12:09, nunca una coincidencia. Supongo que tu tampoco sentiste el mío cuando nada coincidía con mi nombre, siquiera con mi inicial. No nos pensábamos, tu tenías tus pesares y yo mis risas, y ambas cosas se agarran fuerte de la cabeza y no le dejan espacio para un tímido pensamiento. Tímido, esa era la palabra.

Nunca te esperaba en casa y siempre llegabas a la misma hora en la noche. Nunca esperabas que hubiese cocinado cuando sabes que me encanta. Nunca sabíamos del otro aunque ya lo habíamos contado todo. Era extraño, saber que tu color favorito es el turquesa y mi regalo en tu cumpleaños fue un vestido rojo. También lo era el hecho de que yo amara la comida italiana y tu solo sabías comprar en el restaurante chino de al lado. Parece que lo sabemos todo entre nosotros pero somos tan desconocidos que pudiste haber buscado la coincidencia sensorial con otro, o que pude haber buscado frenéticamente tiempo de alguien más en mi reloj.

Había que acabar con esto, saber quien eras, qué persona se había escondido bajo tu piel y usaba tus ojos como miradas espías para asegurarse de no haber peligro cerca. Pero también había que pensar quién se habría adueñado de mi estomago o de mi boca que al parecer no coincidían con el hombre anterior. Buscar en qué punto mi mano olvida a la tuya y tus ojos no dilatan con los míos.

Así fue como llego una jauría de dudas tratando de encontrar a alguien con esas cejas sarcásticas que ya no saben mentir, tratando de reconocer a un cabello sedoso que ya olvidaba sus pasos con el aire, tratando de olvidar a ese hombro galáctico que convertía cada lunar en un planeta, el mismo que me hizo creer que era ella cuando nunca le perteneció.

No supimos. Tu seguías con la comida china y yo con los accesorios rojos. Quería saber quien eras aunque sabía hasta la hora de tu nacimiento que por alguna razón había cambiado de día. Saber por qué tus tacones turquesa ya no eran tuyos y porqué tus cejas rebeldes ya se arreglaban solas.

Supongo que siempre lo supe, no te vi venir, ni tu me viste llegar. Ahora sé que nunca fuiste tu, que fuiste un sueño perfecto de ti misma, una que no se ahoga en aguas cortas, una que no tiene miedo de vivir, una que no se muera cerrando los ojos. Y ahí estaba tu recuerdo, en la muchacha del restaurante chino que se parece a ti, al que voy a comprar todas las noches, la misma que usa vestido rojo y la misma que ya no le deja su cabello al viento. No te vi venir, pero esa noche el reloj si, 23:23.

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