Hands.

Hoy no tuve ganas de perseguirte.
Ya he sentido últimamente que tengo que dejarte caminar rápido y ya he experimentado la sensación de detenerme, de quedarme atrás.
Es extraño lo que siento.
Pareciera que alejándote me acerco a mi.
Lo experimenté el martes pasado cuando cruzaste sin mi la avenida, y en la espera del cambiar del semáforo, sentí el aire saludar mis mejillas y el sol golpeándome la frente.
Luego tomé de nuevo tu mano y el aire y el sol se esfumaban, solo existía tu cabello y tu nuca y tu oreja izquierda.

Hoy no tuve ganas de mirarte.
A veces pienso que es mejor el reflejo del espejo que el de tu iris oscuro.
Me siento extraño.
Podría jurar que hace un rato no preferiría otra cosa que verte pestañear cada vez que sonreías.
Ayer fue la primera vez que vi hacia el techo de nuestra habitación, y descubrí el frío, la incertidumbre de la soledad.
Después volví a mirarte dormir y volvió el calor y la soledad ya no era tan mala si solo éramos tu y yo.

Hoy no tuve ganas de besarte.
Por fin reconocía cuán dulces eran mis propios labios aunque no sé si era la ansiedad o la agonía.
No sabia que sentir.
Era como si mis labios fanáticos de los tuyos decidieran pasar de ti.
Un jueves, cuando nos besábamos y nos separamos los segundos que antes eran angustiantes, sentí la necesidad de secar mis labios, sentir mi piel desquebrajarse y conocer de una vez por todas la espera.
Luego abarrotaste mi boca contra la tuya y regrese a tu lengua frágil y suave, olvidando esperar y volviendo a la inquietud.

Hoy ya no tuve ganas.
Pensaba si verdaderamente quería lo que quería, o si cuál era la sensación correcta.
Era difícil elegir.
Pareciera que tenía el control, que de escoger un camino, el otro en bifurcación desaparecería inmediatamente.
Esta mañana desperté y recorrí todas las sensaciones nuevas, rebusqué entre las raras experiencias y decidí.
La elegí a ella, no saber nada.
Pero al no saber nada, ignoré el hecho de su ausencia, que el frío siempre estuvo y que su calor solo era un recuerdo rápido.