Maldito
Maldito aquel.
Me dejó el corazón negro,
como sartén vieja
donde se pega cualquier calidad de amor.
Todo se quema.
Todo se evapora.
Todo sabe igual:
a carbón gris,
a hierro fundido.
Maldito tú,
que dejaste los platos
a medio comer
y sin lavar.
Nadie quiere cenar conmigo:
su comida se sirve
sobre la tuya.
Todo sabe a lo que dejaste,
todo me sabe
a lo que pediste.
Maldito siempre,
porque dejaste el café
a medio tomar,
y ahora —
¿cómo explico
que le serví todo
a alguien
que no se iba a quedar?
Maldito. Maldito.
Todo lo que cocino,
como
y bebo
tiene el sabor amargo
de tu media entrega.
Ni siquiera entera.
Ni siquiera toda.
Maldita yo,
que creía
que eras demasiado para mí.
Maldita yo,
que aunque puedo
comprar sartén nueva,
platos nuevos,
tazas limpias—
sigo esperando tus mitades,
en esta mesa
servida
para uno.
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