Door
Últimamente he estado asumiendo que me quieres. Asumo que tu malhumor es por no poder volver a los momentos sonrientes. Asumo que tu silencio es para pensar en que poesia recitarme. Asumo que tus gritos son forma de desaforar el amor que me tienes y asumo que tu aparente odio hacia mi es parte de tu juego para enamorarme.
He tomado por chiste tus ganas de irte y he jugado con tu manera de empacar tus vestidos en tu valija. Me he hecho la idea de que ahora me das la espalda en la cama para evitar sonreir al verme y que eso a su vez te evite dormir. He construido el ideal de que ya no me miras a los ojos por miedo a sentir ansias de besarme y que ahora odias mi presencia cerca porque odias ver que tu amor aumente y se resbale por las manos.
Hace tres días lloraste y no le permitiste a mi índice posarse sobre tu hombro ni dejaste que tu aire se compartiera conmigo. Supuse que era uno de esos momentos en que me engañarias para agarrarme por la espalda con un monton de cosquillas puntiagudas y un montón de besos imprecisos.
Pero hoy, hace un rato, cuando te miraba como si cada día fuese el primero, me dejaste las reglas de juego en las sabanas. No me era permitido tocarte, sonreirte o acariciarte. Me era prohibido intentar ingresar a tu esfera de aroma de sándalo. Debía ser incapaz de hablarte y de perseguirte cada vez que intentaras cruzar la puerta de la habitación. Había que fingir que yo, al igual que tu, habiamos dejado el amor junto con los zapatos en un rincón.
Yo no entendía ese juego pero seguía con la piel vibrante de saber qué recompensa tendrían estos días sin atravesar la bruma de tus bosques oscuros. Seguía porque imaginé, al igual que tu, que acabaría bien para ambos, que yo encontraría la llave bajo tu alfombra y tu encontrarías la puerta sobre mis muslos.
Hoy, hace poco, acabó el juego, y yo, quien era puerta abierta, intentaba ganar contigo, la llave maestra. Resultó que pasaste a través de mi sin darme cuenta mientras yo aún intentaba descifrar el patrón de tus cerraduras. Al final, cuando también te prohibí mirarme, te mantuve aquí con las ventanas abiertas mientras yo decidía cerrar mis puertas y botar mis llaves.
He tomado por chiste tus ganas de irte y he jugado con tu manera de empacar tus vestidos en tu valija. Me he hecho la idea de que ahora me das la espalda en la cama para evitar sonreir al verme y que eso a su vez te evite dormir. He construido el ideal de que ya no me miras a los ojos por miedo a sentir ansias de besarme y que ahora odias mi presencia cerca porque odias ver que tu amor aumente y se resbale por las manos.
Hace tres días lloraste y no le permitiste a mi índice posarse sobre tu hombro ni dejaste que tu aire se compartiera conmigo. Supuse que era uno de esos momentos en que me engañarias para agarrarme por la espalda con un monton de cosquillas puntiagudas y un montón de besos imprecisos.
Pero hoy, hace un rato, cuando te miraba como si cada día fuese el primero, me dejaste las reglas de juego en las sabanas. No me era permitido tocarte, sonreirte o acariciarte. Me era prohibido intentar ingresar a tu esfera de aroma de sándalo. Debía ser incapaz de hablarte y de perseguirte cada vez que intentaras cruzar la puerta de la habitación. Había que fingir que yo, al igual que tu, habiamos dejado el amor junto con los zapatos en un rincón.
Yo no entendía ese juego pero seguía con la piel vibrante de saber qué recompensa tendrían estos días sin atravesar la bruma de tus bosques oscuros. Seguía porque imaginé, al igual que tu, que acabaría bien para ambos, que yo encontraría la llave bajo tu alfombra y tu encontrarías la puerta sobre mis muslos.
Hoy, hace poco, acabó el juego, y yo, quien era puerta abierta, intentaba ganar contigo, la llave maestra. Resultó que pasaste a través de mi sin darme cuenta mientras yo aún intentaba descifrar el patrón de tus cerraduras. Al final, cuando también te prohibí mirarme, te mantuve aquí con las ventanas abiertas mientras yo decidía cerrar mis puertas y botar mis llaves.
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