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Me resultaba realmente difícil darme cuenta que había vivido varios pares de décadas sin sus ojos marrones. Sentía que muy probablemente mi vida carecía de sentido sin sus cabellos ondeantes enredando mi cuello o que, en definitiva, nada de lo que había visto en la vida era tan impresionante como la forma en que su quijada filuda encajaba perfectamente entre sus manos al escuchar a alguien.

Todos los paisajes verdes, todas las noches de vía láctea y luna llena, todo el silencio de un lugar majestuoso, solo eran imitaciones de lo que me haría sentir una sonrisa suya escondida tras el café. Ella era la colina más alta, la sensación de frío al no conocer la nieve, la mirada hacia el oscuro escarchado del cielo sin conocer la noche, así era ella, la única cometa suspendida en el aire mientras mis vientos eran extrañamente calmados.

Varios pares de décadas me había mantenido en la penumbra creyendo saber lo que se sentía la sangre veloz pasando por las venas. Todo era una mentira, desde respirar profundo hasta reír sin parar. Con ella podía sentir mi corazón en mi índice cada vez que tocaba su hombro como una necesidad loca de reconocer su veracidad.

Me sentía culpable por no haberlo buscado un poco más, por aceptar la aparente felicidad que me rodeaba y por no maldecir al destino al no habernos encontrado siquiera un día antes. Ya tenía los años que tenía la primer computadora pero aún seguía siendo tan iluso como un niño al que solo le basta una tarde lluviosa y un charco de barro para sentirse realmente libre. La vida me había ofrecido un dulce con el que me sostuve todo este tiempo, escondiéndola a ella tras su espalda solo a la espera de que yo la pidiese o la buscase.

Varios pares de décadas que se resumían a la edad de un recién nacido desde que nos habíamos cruzado. Quisiera haber podido decir que alcancé la edad adecuada para darme cuenta de que mis pupilas dilataban lentamente y que mi estómago parecía desaparecer cada vez que sus ojos se asomaban por mi cuello o que sus manos contaban exactamente los lunares de mi pecho.

Viví mucho más de lo que la mayoría quisiera, pero morí demasiado joven, aun no aprendía a caminar cuando ya tenía que correr a irme.

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