Grammar 2

De alguna forma empezábamos a hablar el mismo idioma. Yo podía tocar las consonantes que colgaban de sus dedos y ella podía sentir mis vocales en la cima de mi pecho. Yo era capaz de agarrar cada una de sus tildes tímidas escondidas bajo las comisuras de su piel, y ella podía separar todas mis palabras y convertirlas en hiatos situados en cada esquina de mi ojo cada vez que me miraba.

Su columna era la teoría gramatical que mis dedos lectores necesitaban aprender. Se construían prosas cada vez más complejas en su espalda cada vez que mis dedos ávidos de lectura lograban repasar su piel. En sus hombros se conjugaban todos los tiempos, el presente perfecto era mi favorito. Su cuello estaba rodeado de besos y verbos imposibles a los que solo dejaba ver con una caricia al sujeto.

En mi memoria se atestaban cientos de conversaciones silenciosas que duraban horas, horas en las que me aprendía su piel. Allí, en su pecho, una coma. Aquí, en su ingle, un punto final; y allá, muy cerca de sus labios, tres puntos suspensivos de los que nadie sabía qué esperar.

Mis dedos enmudecieron una vez que desapareció. Me convertí en un analfabeta que solo podía hablar un idioma y sentir ninguno. Siempre lamento estos días en que mi cuerpo, rodeado de puntos finales, no se encuentra con una boca como la tuya, con unos puntos suspensivos que me alarguen un poco más la vida.

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