Vowels

Cerré los ojos para oírte mejor,
parecía como si tus labios estuvieran en todas partes,
en mi espalda,
en el lado izquierdo de mi cuello,
entre el lunar de mi pecho y mi obligo.

Sonreía con fuerza para que no te fueras,
era como si odiara tu desaparición,
tu mano agitándose en el aire,
tus rápidas despedidas,
como si entre más lejos te escuchara más me ataría a tus vocales silenciosas.

Empujaba mi piel hacia afuera para chocar con la tuya,
tu piel transparente,
acaramelada,
con una cuadrilla de vellos afilados dispuestos a defenderte.
Tu piel, en la que se anotaban canciones en un braille de las que solo se oía en las noches oscuras.

Encogía mis hombros para tratar de encarcelar el aire enamorado que te rodeaba,
silenciarlo,
tratar de guiar la sinfónica
con pianos y violines,
que se escondían en los acordes de tus caderas ruidosas.

Evité tragar saliva para evitar cuestionar tu realidad,
te sentí sin dudas,
certera y con una verdad que a mis dedos les resultó imposible de refutar,
tocando y palpando el aire que más que polvo,
parecían una replica exacta de tus pechos de Afrodita.

Abrí los ojos para liberar el oxígeno que querías,
aunque ya no lo quisieras.
Sonreí de nuevo y ordené a mi piel salir en tu búsqueda.
Rogarle a mis hombros un poco más de tiempo e implorar a mi garganta seca un último reflejo de vitalidad.

Volví con mis ojos,
con mi piel y con mis dedos,
a guiar una sinfónica inexistente,
con pianos y violines rotos,
con vellos acobardados y braille indescifrable.

Volví,
y cuando cerré de nuevo mis ojos,
te encontré.
Eras tu apretando los ojos,
sonriendo con fuerza,
obligando a tu piel y evitando la saliva.
Toda una sinfonía.

Recordé que me quitaste el aire,
que lo envolviste entre tus manos y lo escondiste.
Recordé que era yo quien era duda,
y recordé que todo lo que hice estaba hecho muy tarde.

Cerré los ojos para oírte mejor,
y en dos estruendosos silencios,
desaparecimos allí,
tu con mi aire y yo con tu verdad.