Momento

Siempre sucedíamos juntos, al mismo tiempo. Recuerdo que desperté una mañana e instantáneamente ya estaba viéndote porque eras como la vida en cámara lenta, como un instinto que doblegaba mi voluntad. Para ese momento deseaba que tu despertar fuese tan instantáneo como el mío y que fuese yo también una sensación difícil de evitar. Mi mirada seguía persiguiéndote, en la búsqueda de unos ojos con ambición similar a la mía. Pasaron 3 minutos, quizá 60. No había una bandera blanca ondeando en la claridad de nuestra habitación admitiendo tu derrota y que, por fin, serías esclava de tus deseos internos que aunque no sabes que te susurran, los sigues con los ojos cerrados.

Quería acabar con la espera, la tregua parecía no funcionar para mí. Quería verte, sonreírnos mutuamente con las pupilas ensanchadas. Atacaría pronto si aún la tú racional siguiera dominando sobre la tú instintiva. 

De pronto el sonido de las sábanas me sacó de ese trance en el que mi cabeza ideaba planes de batalla y supe que ya no los necesitaría, que aceptarías mi trato de paz y que sería ilegítimo usar tu razón en la cama, al menos en esta, al menos conmigo.

Pero mis soldados arrogantes y seguros de que esa mañana no habría guerra que pelear, fueron cayendo uno a uno a manos de una mirada cortopunzante que me lanzaste unos segundos, pero que acabó con mi cuadrilla principal. Eso era todo. No más escenarios pacíficos y armas inútiles, había que acabar con tus pensamientos y acribillar a tu mente. 

Lanzaría mi mejor golpe y dejaría en libertad a la mujer irracional. Entonces mi mano izquierda se posó en tu mejilla derecha, había burlado tu defensa. Mi pulgar se paseó suave y lentamente sobre tu pómulo y ese sería tu fin. Sonreíste sin despertar y ahí supe que la guerra había acabado, te habías perdido, pero yo te gané.

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