Terror


Estaba escondido bajo el viejo puente York. 
Mis manos ajenas tapaban mi boca para evitar que el miedo se escabullera por entre mis labios. 
El agua me llegaba a la cintura y la luz que atravesaba las ranuras entre tablas del puente me iluminaba la frente. 
Mi cuerpo se escuchaba como un sable cortando el viento. Me descubriría pronto. 

Mi esclerótica dibujaba ríos de sangre mientras veía como ahora el agua me delataba al chocarse conmigo y descubrir que no fluiría con ella. 
Tenía pavor. 
Mi mandíbula parecía triturar concreto mientras mis dedos apretaban más y más. 

De pronto la luz desapareció y mi frente se puso tan oscura como el agua. 
Se había detenido justo encima de mi como si el olor a miedo fuera equivalente a mil sardinas servidas. 
No podía hacer nada. 
Un paso más y sabría donde me encontraba. 
Un paso más y mi corazón iría tan rápido como mis pensamientos. 

La luz regresó de pronto, pero esta vez era diferente. 
El miedo se había disipado y mi cuerpo inmóvil parecía recobrar la viveza propia de un niño. Correría a la cuenta de 3: 1, 2 y justo en el 3 había sido descubierto. 
Ahora era mi turno de buscar a mi hermanito.

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