Vuelo

Te extraño en ese lugar. Aquí donde el sol parece esconder todo lo que se le cruce. Donde las nubes parecen ser el telón del ocaso. Te extraño aquí, en este lugar, donde el olvido es un recuerdo recurrente. Donde morir parece ser tan importante como vivir y donde desaparecer es igual a encontrarse. Te extraño aquí, donde respiro hondo y parezco ahogarme.

En este lugar se sangra para sanar, se corre para no llegar y se mira el cielo para buscar una raíz. Es aquí donde aprendí a subir la colina para conocer el mar. Es aquí donde he descubierto mi cordura rebuscando dentro de la tierra alguna nube enterrada, un sol tímido que se cuele por entre las rendijas de los árboles, una lluvia que se empaque en el bolsillo y un frío que la seque.

Me he perdido. He olvidado los nombres a los que respondía, los sentimientos que solía diferenciar a ciegas. He perdido lo que no me pertenecía, un ser alquilado que actuaba como yo, veía como yo y sentía como yo. Mi nombre real ha aparecido en el fondo de un río seco, un nombre impronunciable, inaudible pero que me pertenece, un nombre que aunque el río crezca, podrá flotar.

Los caminos evidentes se han cubierto por la tierra que arrastran mis pies, ya no sé si el rumbo es correcto o si he entrado en ese terreno donde no se puede escapar aun con la salida en frente. Es una pérdida bonita, sin miedo, sin respiraciones rápidas ni corazones acelerados. Había ignorado la paz de quien se ve extraviado pero no quiere buscarse, la tranquilidad de quien se rompe y no quiere unirse. Había ignorado las pequeñas cumbres de vida que se asoman por entre los valles repletos de una muerte obvia o una vida diferente.

Los minutos parecen arrastrar milenios enteros y los días se suman en mi mente como un son cortísimo que solo sé tararear. He sentido la intensidad del tiempo bajo la piel, a veces leve como cuando el humo entra, permanece y sale de la boca como neblina; otras veces tan fuerte que escucho el susurro de los árboles ante la mínima presencia de un aire visible, palpable que no huye pero que sí teme.

Mis planicies se han convertido en abismos hondos y mi percepción de profundidad a salido de la tierra como un monstruo en forma de cumbre inescalable. Mis deseos se han convertido en temores indecibles, ininteligibles e inalcanzables. Me cansaré de lograrlos cuando descubra que viví toda mi vida en uno, y es ahí, en ese momento, que te extrañaré, no por mucho, porque no seré yo, será otro que es indistinguible de mí, que aunque sienta, no lo hace de verdad.

Pronto llegará el fin. Las montañas se irán aplanando y lo que antes era un río navegable pronto se convertirá en la tierra donde los pies se hunden y el cuello se estira. Quedará poco, y aunque quiera recordar todo cerrando los ojos con fuerza, solo serán ráfagas de instantes que no concuerdan, que no sabré cuál fue primero y cuál fue luego. Viviré de ello, de recordar pedazos inconjeturables e incompatibles. Viviré de ello, de alucinaciones cortas en otra vida, de quiebres de la realidad y de deseos de redescubrir lo que probablemente no volverá, ni aunque regrese.





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