Última

Hoy es mi última noche. Siento un hormigueo en el cuerpo, como si mi alma se alzara y empezara a despedirse de todo aquello que tocó. Siento que olvido algo, algo importante, como todas las últimas veces. Me siento impotente, quisiera salir a correr y ver como la tierra se hunde bajo mis pies. Quiero saltar, desmoronarme y esparcirme en pedazos ínfimos que tarde toda una vida en volver a unir. Quiero tener un motivo que me regrese, un pedazo de alma que se haya incrustado entre las copas de los árboles y que sea vital.

No me quiero ir. Tengo miedo de desaprenderlo todo y regresar a reencarnar ese ser al que le quité piezas para sumarle otras, no sé si nuevas, no sé si mejores, pero otras.

Tengo nudos en la garganta, miro al cielo frecuentemente, necesito una señal, pero no hay nada. Algo me ha dicho desde siempre que el aprendizaje es cíclico y que es tiempo de trazar el círculo.

Tengo miedo de llorar luego con tal intensidad que me arrepienta de no haberlo hecho ahora, cuando aún puedo oír lo que oigo y ver lo que veo y que al menos algo me alivie. Pero aunque quiera no lo logro, y de lograrlo no sería genuino, sería inventado por mi necesidad absurda de no morir de miedo, y eso sería peor que llorar luego.

Esperaré a que mi alma flotante circule por todos los lugares donde ella crea necesario dejarse. Me obligará a buscarla, y lloraré por no encontrarla, y seguramente me rendiré y suplicaré por pistas, pero la hallaré frente a mí en una de esas. Y no por un escondite impenetrable, sino porque aprendí a buscar en las pequeñas cosas. Esperaré aquí, en mi última noche, pensando que ojalá no sea la última, sino la primera de muchas.

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