Paz

Lo que tú y yo teníamos era un tratado de paz, un pacto que impedía las guerras y los disparos intencionales.
Lo nuestro tenía fusiles escondidos, granadas inservibles y armaduras endebles.
Esto que teníamos era una fe ciega.
Sabía que tú no me delatarías y sabías que yo no te retendría.
Éramos dos enemigos incapaces de hacerse daño.

Fuimos cautos.
Enterramos las municiones y tiramos los cuchillos.
Destrozamos las trincheras y eliminamos los misiles.
Solo éramos tú y yo, cuerpo a cuerpo, sin nada que pudiese hacernos más daño que nuestras propias manos.

Pero aunque le confiaba mi vida a mi némesis, no sentía miedo.
Tus manos estaban repletas de pañuelos blancos que se agitaban con nuestra respiración.
No me harías daño ni aunque mi boca se pusiera tan cerca de la tuya.
Ni aunque mi pecho se ampliara y el tuyo se redujera en cada respiración.
Ni aunque mi piel de gallina tratara de volar sobre tu piel valiente.
Ni aunque mis manos se ubicaran en lugares indefensos.
Ni aunque apuntara la mirada a tu corazón.
Nunca, ni siquiera haciendotelo yo a ti.

Nos habíamos estrechado la mano en contra de dañarnos,
pero aun así caminabamos sin ignorar detalles
con ojos en la espalda y el corazon en jaulas de acero.
No pasaría nada siempre y cuando mantuvieramos nuestras manos vigiladas.
Eramos incapaces de ser malhechores 
pero dudábamos de nuestros bajos instintos,
esos en los que solo se piensa saciar lo inconsciente.

Un buen día cruzamos la línea.
Tus labios empezaron a latir tanto que se escuchaba.
Estabamos tan cerca y empezamos a tragar saliva.
Las manos empezaron a sudar y las miradas parecían atraerse como polos opuestos.

Tus pañuelos blancos se mecían con toda fuerza como último recurso.
Al instante siguiente se mancharon de sangre caliente.
Mi álter ego apareció con revólveres y el tuyo con espadas.
Empezaron a aparecer heridas y gemidos.
Nos empezamos a besar violando nuestro tratado de paz.

Mis revólveres empezaron a agarrarte la espalda y undirte las uñas.
Tus espadas se clavaron en mi cuello y cortaban el paso de aire.
Las balas y las cuchillas nos traspasaban a la vez.
Moriríamos a manos de nuestros instintos.
Se lanzaban trampas de humo, estábamos ciegos.
Los tiroteos de nuestra piel chocando retumbaban en la habitación.

De repente todo se halló en silencio.
En el aire flotaban ecos de últimos suspiros.
Acabó la batalla y solo se oían gritos.
Gritos de quien se ve muerto pero asesina a su rival.
Gritos de victoria y de final.
Nos acostamos en la cama y el tiempo fue cuenta regresiva.

Morímos ahí, uno al lado del otro.
Decidimos la paz nuevamente solo para morir otra vez.
Descubriendo que si la muerte es lo más cercano a vivir,
ahí nos tendríamos apretando gatillos y clavando puñales.

☼˙ ˖✶ ddlovatosrps. — GUN GIF HUNT ↳ i'm playing an assassin in ...

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