Eternidad

He metido mis pensamientos en una botella y les he lanzado al mar como último grito de ayuda, como quien se ha varado en una isla desierta y su única salvación es dejar su vida en manos de la posibilidad ínfima. Y ahora que veo a mis temores, amores y deseos apretados hombro a hombro sin la más mínima oportunidad de huir, he descubierto que no soy nada. Pero no una nada ininteligible; una nada física, andante con el aire entrando a los pulmones y la sangre huyendo de mi corazón.

Me he quedado sentado en la playa con la mente en blanco, sin esperanza, ni terror y ni una sola idea de qué vendrá después. Respiro por instinto y me convierto en un ser incapaz de reflexionar sobre el abandono de todo lo que creía valioso, ahora a la deriva de un destello romántico. Antes de despedirme de mis ideas, pensé de la manera más egocéntrica posible que mis pensamientos tendrían sentido para alguien o que serían útiles de cualquier modo. 

No me dejé nada, quise en un principio solo encerrar en esa botella lo que me hacía daño, mis monstruos, mis yunques atados a mis tobillos, los problemas y las inseguridades irremediables. Pero si metía lo que alguna vez me hizo llorar, eso se llevaría consigo lo que me hizo parar de hacerlo, lo que aprendí, lo que medité y lo que finalmente solté. Y así sucesivamente hasta que todos mis pensamientos amarrados como una sola tela llegarían al fondo de la botella y solo habría que decidir entre el todo y la nada. Me decidí por la nada, como siempre lo había hecho. Abandoné todo y me quedé con lo que tenía por defecto, como diseño de fábrica, lo que me mantenía vivo pero no me hacía vivir. Si decidía mantener conmigo todo, seguramente lo único que tenía valor moriría conmigo y estaba empeñado en que lo que había en mi cabeza tenía que valer algo y se merecía mucho más que una muerte física y humana. De forma arrogante creí que dejándolos al alcance de un mar infinito tendrían más valor de lo que tenían dentro de este vacío infinito. 

El tiempo es una construcción mental y al no existir ningún moderador temporal, daba igual si moría en un segundo o si vivía para la eternidad. No sé cuánto pasó, si fue mucho o poco, si valió o no la pena, nunca lo sabría. Lo último que entendí fue que ese cuerpo no era yo, y que quien cerró la botella fui yo desde adentro. Que en lugar de abandonarlo todo, me llevé todo y que no huí de lo valioso, dejé lo que no servía. 

Finalmente mi muerte llegó al mismo tiempo en que mis pensamientos y yo logramos romper la botella en la que nos encontrábamos y empezamos a regarnos por el aire. Volamos a lugares donde mi voz se escucho y a momentos donde mi palabra dio poder. Y me quedé por entre los pensamientos de otros, las botellas de otros, y el mar de otros. Ahí morí para volver a flotar, y supe que la vida corta no tenía ningún sentido si no era eterna.



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