Debimos

Me disculpo, no debí quedarme el tiempo suficiente para que me extrañara. Debí haberme despedido rápidamente, decir mi nombre entre dientes y responder de golpe. No debí fijar mi mirada en sus ojos, debí evaluar el tejado, el material del suelo, la vitrina del fondo. No debí despertar su interés en mí, en lo que me pasaba, en la noche anterior, en lo que haría esa tarde. Debí haberme esforzado en no dejar parte de mí en su memoria, debí secuestrar cada instante memorable que corría enamorado a fusionarse con sus neuronas. 

Ella debió ser más cuidadosa, saber lo que vendría luego. Debió levantarse de ese sillón, irse sin despedir y obligando a su mente a pensar en lugares diferentes, personas distintas y sensaciones contradictorias. Ella no debió preguntarme, no debió saber sobre lo que me gustaba o a lo que le tenía miedo. Debió esquivar mis ojos oscuros y mis dedos fríos. Huir antes de que la pupila me empezará a brillar y ubicar la salida de emergencia cuando mis dedos dejaron de ser nieve y comenzaron a ser nubes, recorriéndola por lo alto y moviéndose tan lentamente porque admirarla era un delito de hacerlo sin pausa.

Debimos esconder las comisuras estiradas de nuestros labios. Olvidar el nerviosismo que generaban mis pies solo de sentir la curvatura del espacio-tiempo a su alrededor. Debimos recordar las leyes físicas que nos mantenían aferrados al suelo y no permitir que nuestros cuerpos fueran tan livianos como plumas y que chocasen en una danza sin fin que no dolía pero que sí marcaba.

No sé cómo fue que olvidamos atraernos menos y olvidarnos más. Olvidamos la parte vital donde ella no debía reconocer mi aroma en el aire y donde yo no dejaba rastros de mí en su andar. Olvidamos los conceptos básicos; confundimos las pupilas que delatan con las que deleitan y los cuerpos que repelen con los que reparan. Confundimos la sintaxis: el objeto que nos unía se volvió sustantivo y el vernos dejó de ser verbo y pasó a ser predicado. Nos perdimos en cada parte, ya no estábamos donde debíamos sino donde queríamos. Mis manos dejaron mis bolsillos y conquistaron sus caderas y su cabello dejó su espalda y construyó su hogar en mi pecho. Una confusión que no debimos, no debemos y no deberemos, pero que siempre deberíamos.

Al final, después de tantas deudas, decidimos pagar todo de golpe, amores en mora y sueños retrasados. Se llevó todo, no me dejó nada o simplemente todo lo que tuve siempre le perteneció. No tuve como guardar mi parte, olvidar que fui yo quien lo dio todo y que no debía, o recordar que fue ella quien le dio valor a lo que yo debí. No sé, nunca lo sabré. Pero ahora que sé que la gravedad sólo existe al verla, me iré. Me iré para seguir flotando a la deriva, para encontrar el hoyo negro al que siempre pertenecí y regresar a la oscuridad de donde ni la luz es capaz de escapar, reconocer lo que debí y pagarlo con todo lo que debimos.




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