Hilo

Corría hacia lo desconocido. No sé de qué huía, pero de alcanzarme, me rompería, no sé en cuánto ni en qué momento. Sabía que todo lo mío pendía de un hilo aparentemente indivisible porque esa sensación de vacío nunca había desaparecido. Había huido toda la vida y aun cuando parecía que empezaba a desacelerar no lo hacía en realidad, solo que el mundo iba más rápido y yo seguía a la misma velocidad.

Un día decidí parar, dejar que lo que fuese que me alcanzase me acorralara contra la pared y me destruyera tanto que mi acero se convertiría en polvo y mi aliento en neblina. Tanto como para que mis partes valientes huyeras despavoridas. Tanto que el tiempo decidiera abandonarme resignado. Tanto para que mi hilo indivisible se cortase a sí mismo como último grito de libertad. 

Pero nada pasaba, nadie llegaba con sus cuchillos enormes y sus perros asesinos. Sólo me encontraba como quien cree conocer su destino mientras el libro continúa en blanco.

Permanecí allí, quieto, con los brazos abiertos y el pecho indefenso. Cerré los ojos y esperé la música que se escucha cuando se sabe que es el final. Me descubrí la piel y la dejé al aire frío para que quien me atacara supiera que no temía, que aceptaba lo que viniera, que mis pies dolían y que mi alma se hallaba recostada en el pavimento recobrando el aliento. 

Y nada pasaba, todo seguía igual. El silencio de mis pensamientos era la único que me asustaba. La nada incrementada varios miles de decibeles en mi cabeza. Y a eso le temí, le tuve miedo a no sentir nada, a que mi espera hubiese sido en vano. Le temí a que ya no hubiera nada, a que olvidara que cuando huía mi único objetivo era no morir, y ahora cuando decido hacerlo me aturde el hecho de saber que no sigue nada, un paso siguiente, una misión nueva, un nuevo monstruo imaginario del cual huir toda mi vida para no morir físicamente.

Me detuve y fue peor que la muerte. Huyendo escape de tornados mentales y tormentas asesinas. Esquivé las balas del espejo, me convertí en mi soledad y mi sombra se amarró a los árboles para no seguirme. Me caí de maneras tan indecibles que solo me quedaron rodillas sangradas y codos rasguñados. Abogué siempre a mi favor aunque creí que no apostaba nada por mí. Me di todo lo que pude cuando creía que el resto ya me había saqueado todo lo que tenía. Me luché tanto por vivir aunque creyera que huía de la muerte. No huía de nada, corría hacia algo. Y mis fantasmas no estaban detrás de mí, estaban en mis adentros. Y cuando me detuve se empezaron a comer mi carne para querer salir por mis poros.

Ahora sigo huyendo. No sé qué me espera ni a qué le temo. El corazón me palpita en los párpados y la respiración se siente bajar por el cuello. Sigo coleccionando púas bajo mis pies y cadenas en mis tobillos. No sé si le huyo a mis demonios o ellos se alejan de mí. Aún no sé si debo cortar el hilo o seguir tejiendo ataduras. Si huir de mí o si huir conmigo.



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