Fantasmas

Volví a ver el fantasma que me acechaba, lo vi detrás de mi ventana. Nos vimos a los ojos como iguales. A ambos nos faltaba el alma, ambos parecíamos ser invisibles y ser tangibles sólo para los desgraciados. Ambos teníamos un corazón superficial y una piel pálida como si aun de pie estuviésemos con la tierra sobre los ojos. 

He rezado, he puesto mi vida en manos de un ser omnipotente que no hace nada a la vista. He pronunciado al cielo palabras de redención cuando la arena bajo mis pies no hace más que murmurarme condena. 

Pero esta noche no es como las otras noches. Las otras noches han sido epifanías de misiones de escape. Las otras noches han sido salvación. En las otras noche he podido desatar el nudo, descifrar el patrón de la cerradura y desarmar la capa mortuoria que me recorre. Las otras noches han sido de esconderse bajo la sábana y con el poder que esta le confiere a cualquier ser humano, traspasar a la noche siguiente y rezar para que en esa también encuentre la llave que me libre y el cuerpo que me saque. Pero esta noche no es como las otras noches. Esta noche tengo el llavero en mis manos y estoy tan a salvo que da miedo. Esta noche no necesito héroe porque esta noche no estoy en peligro. El peligro lo he creado las otras noches huyendo de un fantasma que sólo quiere sentarse en una esquina del cuarto y gritar, porque seguramente él también está bajo su sábana y yo soy su salvador prometido.

Nos estamos viendo cara a cara y se me enfría todo. Parece que no he sido más que hielo y árticos en la vida. Siento como me resuena la tráquea cada vez que mi saliva deja mi boca y se exilia en mi estómago una, y otra, y otra vez. El corazón me palpita bajo el ojo y mis manos tiemblan como si fueran el último soldado que empuña un arma ante un ejército enemigo de miles. Pero no puedo correr, tengo que socorrer aunque mi cuerpo termine abatido en el fango. 

Nunca había estado tan cerca de un fantasma. Era igual a mí que utilizaba mi nombre y que copiaba mis movimientos. Creía que al abrazarlo me daría un empujón que me enviaría a mi cama nuevamente a recordar los credos que he olvidado. Pero no. Me abrazo como quien se supiera que no es digno de esas proezas de mártires. Y lloró, lloró toda la vida porque no había quien escuchase sus súplicas ni calmara sus lamentos. Permanecí en silencio toda esa noche y sólo escuche su voz mientras me hablaba de lo inútil que parecía su existencia.

Amaneció y mi fantasma abolido ahora tenía unos ojos hinchados y un corazón que por fin distingue entre un pálpito continuo y todo lo demás. Esa noche se levantó de la esquina de mi cuarto y se fue tan saltarín que tuve envidia de su inmensa felicidad. Me abandonó lo que tanto me había costado retener. Así, al terminar la eterna noche, volví a mi cama y jubilé a mis sábanas guerreras que nunca permitieron que nada entrase. Las despido con honores y a partir de ahora dejo mi castillo sin murallas porque ya no hay enemigo con flechas ni catapultas con fuego. Mis fantasmas se fueron y pude ondear mis banderas y encender mi música. Ese día baile como nunca. Ahora duermo con la puerta abierta para que cualquiera venga y me desarme, desactive mis bombas y utilice mis arpones como astas. Hoy me voy sin cementerios encima, sin versos de lucha ni lágrimas de despedida. Hoy me voy con el corazón sonrojado y la luna persiguiéndome. Hoy me voy, sin balas, esperando enterrarlas o disparar a tiempo, lo que primero me salve. 





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