Golondrina

Amé alguna vez a una golondrina.
Se me posó en el hombro una tarde de Octubre.
No decía mucho,
sólo me miraba como a un desconocido
pero se frotaba las plumas contra mi piel
como si me conociera de toda la vida,
como si fuera su hogar
y su cielo.
Volaba y desaparecía muchas veces cada tanto.
Volvía a mí de maneras que ignoro.
Siempre lograba atravesar océanos oscuros
para llegar a mí.
Un día la observé dormida
y el tiempo se me paró al lado
inmóvil
igual que yo.
Amé a una golondrina 
que no sabía mi nombre.
Nunca lo preguntó
y tampoco lo mencioné nunca.
Quizá por miedo a que supiera mis secretos amarrados a otras bocas,
a que,
en un arranque de lucidez,
averiguara que soy más que mármol frío
y una cama silenciosa.
Ni siquiera sabía si amaba a la misma golondrina todos los días.
Si le había comentado a sus amigas golondrinas
que existía un lugar tan pacífico,
silencioso
y poco concurrido,
al que se puede ir a dejar el cuerpo a la luz
y el alma al cielo.
Un lugar que a veces te mira
y te sonríe
pero que lo puedes ignorar fácilmente.
Un lugar que a veces parece respirar
y sentir
pero que se disipa con el sonido de una hoja al caer. 
En ese caso,
quizá,
he amado a todas las golondrinas.
Tengo que decir que temo a asustarla
(o asustarlas)
porque no sé si a mi alma le quepa una lejanía más.
Por eso el silencio,
por eso la quietud,
por eso la ausencia de vida. 
Las llamaremos a todas,
si es que hay más de una,
la golondrina.
Sólo porque no sé distinguir,
y la paz no tiene forma,
ni colores
ni diferencias.
Hace un rato que no vuelve,
no sé a qué se deba.
Quizá respiré con fuerza la última vez,
quizá me dejé llevar con el número de latidos,
quizá hable de más
o quizá sentí de menos,
quizá,
quizá.
Han pasado años desde la última sombra.
Tal vez aquella golondrina envejeció como yo
y olvidó cómo llegar
y yo a cómo ir.
Tal vez morimos el mismo día
y el viento aventó nuestras almas al mismo sitio.
No sé,
por ahora soy sólo un cuerpo que aún habla con las nubes
esperando a que,
por fin,
una golondrina se enamore de mí
y me acompañe junto al templo
a recordar mi nombre. 



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