Dejarte

Hoy seguí con la ridícula idea de dejarte ir, de conseguir un barco interminable que me lleve a la otra punta, allá donde te miro y no te siento. La idea me martilla la frente, no me deja dormir y ha poseído mi cama de sudores nocturnos. Francamente no sé si lo he pensando bien, es que hasta para las ideas más tontas hay que concentrarse en peros y dudas.

El pecho se me ha nublado como una hoguera en un baño. Mi corazón no sabe a donde ir, a veces, del miedo, termina en mi garganta y se desliza tan despacio que casi puedo sentir la sangre queriendo salir con mi voz. Ha sido una espera martirizante. Quisiera decir que no vales para tanto y que lo tanto no te pertenece y que le perteneces a la nada. Nada que no sepamos aún sabiéndolo sin querer. 

No me termino de alejar de los recuerdos empastados en mi albura. Quisiera repetirle a mis entrañas por cuantías exorbitantes que ya no me mereces, pero siempre regresa la pregunta inversa de mis adentros sobre si soy yo quien dejó de merecer. A veces me espanto y me reúno con mis manos que parecen haber sido más que testigos del crimen, sino cómplices. Ellas me dicen que nos cortemos la yugular para desgarrarnos de este cuerpo traidor e irnos a vengarnos sin remordimientos. Pero creo que no podré. Finjo escucharlas, que soy débil y que no entiendo su idioma, el mío. Y no las persigo como sectario triste sólo porque en otrora mis órganos lisos fueron quienes me dieron las respuestas más certeras. 

Quisiera que el cosmos callase por un momento. Que la sombra que lleva esta sinfónica agitara sus manos y acabara la obra de un movimiento. Pero sé que no pasará. Las imágenes de mi mente sólo retratan unos besos con virutas del suelo y gritos llenos de moho en un armario.

A veces quisiera desaparecer, pero no por siempre. Sólo mientras tu recuerdo siga aquí diciéndome que te persiga cuando el camino también gira en mi dirección. Que el cielo me dé señales de que lo estoy haciendo mal y que debería dejar de romperme con las púas de la alambrada; pero lo único que he visto es como sonríe en azul y las nubes rasgándose en su superficie como quien se estira y desaparece. Nadie me quiere ayudar, y no puedo confiar en unas manos que te pertenecen más a ti que a mí. 

Hoy grito fuerte, tan fuerte que los demás parecen no oír, tan fuerte que parezco mudo. La fuerza me volvió invisible, incansable y perdedor. Mis manos me ven y se retuercen, no sé si de dolor o de estrés de no seguirlas. Hoy no saldré de la oscuridad infalible. Hoy hablaré con la mugre que ha reclamado mis besos y con la pudrición que ha reclamado mi ser. Aquí, donde nadie me ve, es que se perpetúa la ridícula idea de dejarte ir, y no porque sea alguien más, es porque es mi pasado pegado a grapas a mi cuerpo prestado.





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