Pluma

Seguí tras un camino de gaviotas
con cielos altos
y nubes de sombrero.
Siguiendo a mi dueña como una pluma abandonada,
guiada por el sonido de su aleteo
y cortada por el unísono del viento.
Nunca tuve alas para perseguirle a voluntad,
sólo el sentimiento de saber que le pertenecía
y que eso era sería suficiente para no dejarme ir.
De repente la velocidad aumentó
y mi cuerpo ligero flotó perdido
en un azul de terciopelo.
Había perdido la ráfaga que me impulsaba
y ahora sólo era una epopeya sin final heroico.
De repente no sabía quien era.
Si alguien me encontrase
no sabría si pertenezco a colibríes,
halcones
o perdices.
Era simplemente una pluma gris
con los bordes abiertos
y los finales quebrados.
Caí en la sombra de un lugar irreconocible.
Mi cuerpo insignificante
se echo a llorar bajo la lluvia.
El sol se intercambió con la luna
infinitas veces.
Yo seguía de cara al cielo
esperando a un ave
que no volvería.
El viento me arrastró
y conseguí ser el refugio de hojas de otoño.
Ellas desaparecieron en el suelo
y yo continuaba ahí esperando mi destino.
Me enterré en la grava congelada
y cerré mis ojos
como quien ha visto el atardecer por primera vez.
Sorpresivamente un ave me levantó en su pico
y me devolvió al viento
que me abrazaba como un amigo que vuelve.
Sentí de nuevo el calor directo de un medio día
en mi raquis
y sonreí como una flor en primavera.
Esa ave me llevó a su casa,
me colgó en una de sus paredes
junto a otras plumas olvidadas.
Nos abrazamos todas
como viejas amigas
y nos quedamos observando el nacimiento de otras aves.
No tuvimos miedo nunca,
porque no desaparecíamos como plumas
sino como hogar de aves.
Y moriríamos,
sin duda,
no sin antes haber sido vida.
Y la pluma que perteneció a un ave,
ahora entendía que pertenecía a todas
y nunca se quedó sola. 



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