Quebradizo

Desde una nube ojiazul
armé trinchera de barro y metal.
Mis balas de madera de sauce
me aprietan el pecho
como recuerdos de nubes
y cielos de piel.
Un cañón de hierro fundido
me habla al oído
como soldados escondidos
en señal de ataque.
Murmullos que en guerra son amenazas
pero en cama son promesas.

Desde un azul cubierto de sienes
me entretengo observando tu nombre.
Un nombre escrito entre arena movediza
y mares desbaratados.
La mira de mi cañón no se desvía de tu boca.
Una boca que dirige,
que ordena 
y que desarma.
En mi segundo dedo palpita un corazón que no es mío.
Que habla de las noches que no existen
y que repite días que no han llegado.

El sospechoso reflejado en mi negro celeste
se reúsa a huir.
Me mira como si mi valentía fuera un reto
imposible de cumplir.
Como se miran dos amantes en despedida,
como mira un mar de diamantes
a un sol que desaparece.
Existen razones para abandonar mi propósito
y entregarme a la idea de que siempre me verá
fija
y eternamente.

La nube ojiazul pronto se tornó gris.
Empezó a llorar
y mi trinchera de barro y metal
se derritió.
Mis balas se convirtieron en semillas
y flores.
Se tiraron al río
de tus mejillas
y crearon líneas de amentos naranjas.
Se convirtieron en cementerios
de propósitos blandos
y valentías quebradizas.

Yo caí con mi cañón en la cúspide de tu pecho.
Murmullos enemigos se intercambiaron
sin redención ni perdón.
Me arrodillé en mi derrota
a la espera de una misericordia tardía.
Nos miramos
sabiendo que sólo uno podía salir vivo.
Afortunadamente fui yo
y desde ese día
el agua no refleja mi rostro
y se desechan los espejos de mi casa.





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