La exhibición
He muerto y mi cuerpo se ha puesto en exhibición.
Pero no huele a carne bajo el sol.
Huele a lo que huele salir a la calle
y darse cuenta que no es hogar.
Huele a un sillón que rechaza mi forma,
frío, indiferente.
Huele a un aire que no puedo respirar,
seco, que ahoga, que no se calienta en mi garganta.
A eso huele.
Me han tomado fotografías para exponerlas al público.
"La batalla perdida"
se lee en el pie de la foto.
Soy un cuadro que despierta repulsión,
mezcla de lástima,
perplejidad,
soledad.
Me he muerto y, aunque lo sé,
aún no puedo permanecer frente a mi retrato.
No siento dolor,
no aún.
La perplejidad, tal vez.
Así que esperaré a que el pavimento se pudra bajo mi cuerpo
y me permita caer en la tierra
donde nadie se inspire
donde nadie me vea.
Me he muerto
pero aquí a dentro
mi voz me acompaña y el sillón me acoge,
empieza el aire a quemar mi piel.
Supongo que al fin he llegado a casa:
la soledad me reclama
con su atractiva antipatía
y su comodidad inesperada.
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