Confundidos

Equivocados estamos.
Confundimos las noches con los amaneceres
porque mi sombra se despierta con la tuya
y mi oscuridad, al irte, se alumbra.

Confundimos las bienvenidas con las despedidas:
lloro cuando llegas,
y celebro tus partidas sin saber por qué.
Otras veces me ilumino antes de que me saludes,
y me quiebro cuando dices adiós.

Confundimos las manos con el corazón.
Le pido consejos a mis brazos
y cierro los ojos para tocarte.
Y a veces —solo a veces—
los latidos se detienen en las yemas de mis manos
al descrubir que tu corazón,
antes amante,
empuña la daga de un amor a medias.

Digo "confundimos",
pero la realidad es que confundo.
A veces me pierdo entre tú y yo,
y me reconozco apenas.
Me sirvo medias tazas,
duermo a medias
y me oscurezco en grises.

Y otras veces,
me sé oro.
Me visto de lunas llenas 
para que el cielo me pertenezca,
y me celebro el cuerpo entero
que aún no mutilas
con tu media noche.

Pero no eres tú.
Nunca has sido tú.
Siempre he sido yo
quien sigue confundido consigo mismo,
con el que hoy te ama
y con el que ayer amaste.




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