Lluvia

La vida me sugiere que te esconda.
Que te guarde donde se guardan
las botas que ya han andado mucho,
los botones sin camisa,  
los paraguas que abren a mitades, 
y las fotos de mi abuela—Martha  
que nadie sabe con quién posa. 

Que te guarde en un lugar—cerca pero profundo,
donde existen las cosas que no encuentran uso,
y donde secretizo las cosas que no puedo perder.
No puedo permitirme perder
mi primera bicicleta que me hizo llorar,
mi último diente de leche que conoció monedas,
y mi carta de amor inconclusa. 

No por lo que dice—sino por lo que siento: 
que los amores atardecerán, 
se bañarán en ríos para perderse en el mar.
Y fue en esos ríos donde vi
un viejo álbum de fotos lleno
de recuerdos dóciles de recordar.
Los difíciles que yo con frecuencia olvido
los dejé puestos en un solar
para que se secaran como las conchas sin mar. 

Cruzando páginas y páginas de recuerdos fáciles,
de terrores nocturnos y amigos que no volví a ver; 
me encontré el único recuerdo triste 
que tiene la humanidad del mar. 
Una foto de mi cuerpo arenoso recostado 
sobre un cuerpo hundido en miel 
debajo de una buganvilia y de una flor salina. 

Si me viene a buscar,
dile que me fui a nadar.
Si insiste en encontrarme, 
dile que al mar fui a parar.
Pero si nunca regresa, dime—si regreso
—que mi abuela Martha saludes manda.



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